Ex-alumnos hablan de Metrópolis

PABLO FLORES

Cine y Vídeo

Estaba buscando una escuela de cine a la que apuntarme, con buenos horarios y un precio que me permitiera seguir dándome mis caprichos (como pagar el alquiler o hacer tres comidas al día), así que entré a Metrópolis a informarme. El horario era perfecto y el precio muy razonable, pero como no me gusta tomar decisiones precipitadas salí a la calle y me senté en un banco a reflexionar. “¿Me apunto o qué? Yo no tengo ni idea de cine, el profesor va a empezar a hablar de clásicos y yo no he visto prácticamente ninguno. Seguro que los compañeros son todos unos gafapastas modernos resabiados. ¿Me apunto mejor al gimnasio? Pero me apetece tanto aprender a escribir guiones…” Y sí, al final me apunté.

A día de hoy es una de las mejores decisiones que he tomado. Los profesores son profesionales en activo a los que sobre todo les encanta contar historias y que han elegido el cine como medio para hacerlo, pero lo mejor de todo, como alumno, es que transmiten y contagian su entusiasmo en cada clase. Los compañeros no eran gafapastas modernos resabidos (vale, algunos sí, pero en ningún caso resabiados) sino personas que se convirtieron en buenos amigos después de rodar el primer corto.

El primer corto… independientemente del resultado es increíble la sensación de darle vida a una historia desde el papel a la pantalla (algo totalmente adictivo) sobre todo si compartes esa experiencia con personas como las que he tenido la suerte de encontrarme en Metrópolis, tanto profesores como compañeros.

 

 

FRAN VILLA

Interpretación

Llegué a Metrópolis con mucha ilusión, merendando kikos y queriendo empezar con todos los cursos a la vez.

Afortunadamente para mi salud, el horario sólo me dejó empezar con Doblaje e Interpretación. No imaginé que el doblaje fuera tan divertido. Eso sí, después de ver y oír a Chandler con mi voz, Friends ya nunca volvió a ser lo mismo.

De clases de Interpretación, ¿a nadie más le parecía extraño aquello de encontrar algo de «verdad» al interpretar?. Bueno, un día me di cuenta de que al fin y al cabo no era tan raro, todos los días podríamos encontrar un ejemplo de eso, pero al revés: probad a encontrar algo de «mentira» en la verdad de vuestro día a día real.

En la escuela he podido cumplir algunos deseos, alguno desde hace mucho tiempo y alguno que ni siquiera sabía que tenía. He rodado cortos, colaborado en un videoclip, trabajado como actor infiltrado en una fiesta !!¿?!!, …, y he hecho Teatro!

Me llevo en estos dos años que me han pasado por encima experiencias muy buenas y aun mejores compañeros. He descubierto de la mano de Clara la creatividad al servicio de la interpretación y el amor por el teatro. Nunca pensé que la puñetera rana Gustavo fuera a alegrarme tanto la vida.

Así que llegué a Metrópolis, y ahora ya no meriendo kikos, pero la ilusión sigue siendo la misma. Gracias a todos los que habéis hecho posible esto.

Un abrazo y espero veros pronto a todos.

 

 

MARIA SAL

Cine y Vídeo

METROPOLIS es lo más parecido al jardín trasero de una casa de verano donde las aventuras se multiplicaban por días.

Desde que un bicho llamado séptimo arte tecleara por mí «escuela cine Madrid» en Google hasta que abriera la puerta del número 31 de Meléndez Valdés pasaría un mes. Y fue directamente para matricularme. Desde entonces no hay mes sin rodajes, reuniones de preproducción, horas de edición, proyecciones, festivales, ni fiestas de fin de rodaje.

Es una escuela práctica donde sin soltarle la mano a la teoría, los profesores, todos en activo, te enseñan las funciones que se desempeñan antes, durante y después de un rodaje, a respetar tiempos, a desglosar guiones con manos de cirujano, a trabajar en equipo, a seguir formándose, a investigar nuevos campos.

No ha habido madrugones ni desvelos en vano y a la fuerza muchos compañeros se han convertido en muy buenos amigos.

Es cierto que hay muchas escuelas de cine, pero por ubicación, precios y calidad aún no le he encontrado rivales.

 

Laly Platónova

Interpretación

Encantada desde mi primer día en la escuela, hasta hoy: aprendiendo, evolucionando, abriendo lo nuevo y siempre, siempre pasándolo muy bien!!

Agradezco a todas mis Profesoras y Profesores que me daban clases y que me siguen enseñando, dando la oportunidad de crecer en el mágico mundo del Arte Dramático.

Más gracias por vuestra atención, cuando hace falta – la exigencia, y por hacerme sentir tan a gusto en las paredes de «Metrópolis»

Un abrazo muy fuerte.

Manuel Aranda

Cine y Vídeo

Siempre recomiendo la escuela Metrópolis cuando me preguntan cómo empezar en «esto del cine» (un poco abstracto). Y lo hago por dos motivos fundamentales: el primero por su excelente profesorado y el segundo por que tiene un plan de estudios que me parece el idóneo, basado fundamentalmente en «aprender haciendo» es decir practicando sin parar o, como dicen en su eslogan, currando.

Y es que, ya me ha pasado en más de una ocasión, cuando me he enfrentado a un rodaje «profesional» (uno de esos en los que te pagan) que no están a la altura de la profesionalidad que se respira y se espera de los alumnos en la escuela. He sido muy feliz entre esas paredes y también me lo he currado todo lo que he podido.

Os deseo mucha suerte por el trabajo que hacéis sobre todo en estos tiempos difíciles. Un abrazo en especial a mi profe de cine (no lo nombro porque sé que no le gustan estas cosas, pero sabe que le aprecio mucho), a Guillermo y todos los que forman ese estupendo equipo. Espero ver nuevas generaciones «Metropolitanas» en la tele, cine, publis y demás como es habitual!

EXTRACTOS de «TODOS FUIMOS PARDILLOS»

ANNA KEMP

 “yo quiero el guión con tabureta” 

ANA KEMP 

 

Creía que sólo los árabes eran capaces de aprender un idioma en 48 horas pero descubrí que algunas criaturas nacidas en Inglaterra también tienen esa facultad.

Ana Kemp (la kempes) destruyó el mito hasta un punto difícil de explicar. Históricamente en España había dos y sólo dos scripts, llamadas “scripts de toda la vida”.

Pretender ser script era un suicidio porque en el supuesto de que consiguieras el trabajo  serías aplastado a críticas por las “scripts de toda la vida”.

Además, si hay un trabajo insatisfactorio es el de script, porque jamás en mi vida he oído una crítica, un comentario ni nada parecido a : “que buen raccord tenía esta película, tenía un raccord precioso”.

Pero sumemos problemas: ¿Qué ocurre cuando la aspirante a script tiene un acento idéntico al de Doña Cloqueta y al canutillo de los guiones le llama “tabureta”?

Pues simple: O eres la mejor o estás fuera, pero fuera de España.

Y Ana fue y es la mejor.

El caso de Ana fue especialmente meteórico. De casi no saber español a script de Carlos Saura en “Buñuel y la mesa del rey Salomón” en menos de cinco años. 

Manuel Valdivia me  encargó formar equipo de dirección para una serie de TV “Menudo es mi Padre”, protagonizada por el Fary. 

 – ¡Dios! – pensé – ¡¿Cómo vamos a hacer dos tomas, ni siquiera parecidas, con el Fary?! 

Así que tuve que tomar un riesgo. Ana no había trabajado nunca en imagen, ni en video ni en cine, pero había demostrado un gran nivel en los cursos de Metrópolis y yo estaba seguro de que sería capaz de torear al Fary.

-¿Una script inglesa? – preguntó Valdivia haciendo alarde de su capacidad para hablar sin mover un solo músculo. 

Como él es una persona tan inescrutable, detrás del soniquete inquisidor tan pronto podía aparecer un exabrupto inesperado o un ¡claro, cómo no!, pero lo que hubo fue un inquietante “tú verás”.

Y vi, tomé el riesgo y gané. Todos ganamos con Ana. Todos aprendimos con ella porque muy pronto fue capaz de hacer con la gorra todos los raccords materiales, es decir, jamás se le escapaba un detalle de vestuario, maquillaje, posición de actores, vehículos, etc, etc, etc, y en seguida se convirtió en una ayuda inestimable en los raccords emocionales. Era capaz de recordar que en el episodio 16, estábamos ya grabando el 40, el personaje de Amadeo, había defendido una posición anti-racista en una conversación de bar que transformamos en el momento de la grabación y que aquél diálogo, rodado hace un año y medio, quizás no era coherente con el texto de el guión en curso.

Toda esa profesionalidad estaba a su vez empañada por una gran sensibilidad y capacidad para hacernos reír a todos. A todos los que teníamos sentido del humor, que éramos casi todos.

Después de terminar “el Fary”, o que él terminara con nosotros, nos metimos sin solución de continuidad en otra serie: Compañeros. Ana fue de nuevo “LA SCRIPT”, pero ya no porque hubiera que atar en corto a folclórico que nunca antes había trabajado como actor, sino porque era, simplemente, la mejor opción del mercado.

 

Ella, como todos los scripts, realizaba decenas de fotos de raccord, que archivaba meticulosamente. Cuando te han hecho más de 100 fotos, hablo de los actores, éstos deciden ser retratados en poses ridículas y estúpidas (por dar más vida al rodaje). Y Ana, además de currar como dios, encontraba tiempo en casa para reorganizar las fotos y hacer exposiciones inéditas en los pasillos de plató. 

En grandes cartulinas exhibía: “Los mancos” (fotos de actores que hacían como si no tuvieran un brazo en el momento de la foto de raccord). “los dotados” (queda a la imaginación del lector), etc. Uno de los carteles era algo así como “The untochables” actrices que jamás JAMÁS hacían la más mínima broma en el momento de la foto. En realidad hubo que crear esa categoría para conseguir que Concha Velasco estuviera en alguna de las fotos de la exposición.

¡Dios que disgusto!. He visto a “estrellas” ser injustas con personas del equipo pero Concha, al menos en aquella ocasión, metió la pata hasta el fondo. Se enfadó, mucho, y arrancó su foto de la cartulina en la que posaba con…. (¿estaba sola?)

A todo el mundo nos parecían geniales, brillantes, divertidas las exposiciones de Ana, pero Concha, sorprendida de ser la protagonista de una serie en la que los directores la trataban como a una más, no podía consentir que otras personas también la trataran como a una más. Concha hizo algo que nunca le perdonaremos, hizo llorar de rabia e impotencia a Ana Kemp. Lo único que consiguió aparte de hacer el ridículo, fue que quisiéramos a Ana mucho más y también, además de por otras razones, que la segunda temporada de “Compañeros” se planteara sin su presencia.

Ana, gracias por no haberte ido con tu novio.

Llegué a España en septiembre de 1992. Recién licenciada y huyendo de un crisis económica en Inglaterra de proporciones monumentales, vine acompañada de mi novio bilingüe (que había conseguido un Trabajo  “de verdad” en una empresa de economistas )… Y con la cabeza llena de mil sueños de algún día poder volver a Inglaterra a trabajar en cine (por desgracia, el crisis económico, que ya llevaba tres años torturando a los ingleses, también me acompaño a España… pero ya era demasiado tarde). Encontramos piso, me puse a dar clases de inglés y ¡a vivir la vida! 

Pero claro, era demasiado joven para simplemente disfrutar de mi vida idílica de sol, terrazas, tapas y fiesta… Caí víctima de la famoso Crisis de Currículum. ¿Como trabajaré en cine si paso todo mi tiempo dando clases de inglés? me preguntaba eternamente, hasta que un día la solución se presentó. ¡Haría un curso de cine! 

Me puse en marcha y empecé a buscar academias. Descubrí que había bastantes escuelas de cine en Madrid, todos ofreciéndome cursos de guión, de fotografía, de sonido… pero solo una me llamó la atención. En vez de la esperada moqueta azul, pintura beige y ambiente estéril de los demás academias, esta tenía las paredes pintadas de grafiti y un ambiente desenfadado (de hecho había un grupito jugando a baloncesto cuando llegué a informarme). Más importante todavía, ofrecía un curso general de cine. Me parecía ideal y me apunté. Se llamaba…. Metropolis. 

Ahora, hacer un curso cuando no hablas bien el idioma no es nada fácil. Y vamos a ser sinceros. Yo no hablaba nada bien. Me había apuntado un par de veces a clases de español. Pero descubrí que después de pasar el día dando clases de inglés (la gramática, los ejercicios, los deberes…), no me apetecía nada ponerme a estudiar (más gramática, más ejercicios, más deberes…). Aún así, no me rendí por completo. Contesté a un anuncio que buscaba intercambio. Ya sabes: quedamos, hablamos inglés, hablamos español. Suena bien. En teoría. Sin embargo, muy pronto te das cuenta que hay dos tipos de intercambio. Los que van muy (pero muy) en serio y, en consecuencia, son muy (pero muy) aburridos, y los que van…. bueno, a lo que van: básicamente a intercambiar de todo menos el idioma…. No son nada aburridos… Pero como ya tenía novio, me tuve que conformar con el modelo estándar, y mientras yo me reunía con Carmen de Carabanchel’ para corregir su tesis de biología, mis amigas tenían citas cada dos por tres con algún Juan, Pedro o Ramón. 

Pero, a lo que íbamos… Es curioso – porque parece la cosa más evidente del mundo – pero por alguna razón inexplicable no pensaba que no hablar bien el español iba a ser gran impedimento a la hora de hacer un curso.(Hmmmmm.) Me veía por arte de magia absorbiendo todo como una esponja (el pequeño detalle de como iba a hacerlo con solo palabra y medio de español lo tachaba de, sin importancia’). Dos días después de empezar el curso, hablaría un español perfecto. Y si no, pues no pasaba nada porque, como me habían asegurado cuando pagué la matricula, el profesor controlaba’ muy bien el inglés. Una cosa esta claro. Cuando llegó por fin la primera clase del curso, lleve un gran shock. Se presentó el profesor (resultó ser Guillermo) y en el momento en que abrió la boca y empezó a hablar, yo me di cuenta de un par de cosas. Primero, o estaba diciendo una sola palabra de 106 sílabas o hablaba muy, muy, muy deprisa. Segundo, para traducciónes al inglés podría esperar sentada. 

Mi sueño de esponja en pedazos, puse en marcha un plan B. Me había sentado a lado de una chica precisamente para poder preguntarle si no entendía algo. Giré la cabeza hacía mi vecina y la susurré: “¿Qué significa gillipollas?“ 

Encogiendo los hombres me contestó, “Ni idea. Soy de la República Checa.“ 

Al parecer, no estaba sola en el universo. 

Guillermo nos pidió escribir en una hoja cosas como “ un director que odio’ y “ mis experiencias en el cine’. Nada, el típico ejercicio que piden los profesores para conocernos mejor’ (dímelo a mi… como profesora de inglés, era experta en justo este tipo de tortura). Pero en este caso, me causó más de un problema. Para empezar, jamás había escrito nada en español. Así que, de repente me estoy agobiando por como se escribe experiencias’ y que coño significa odio’. Tal era el agobio que lo de tener un opinión sobre mi película favorita’ me parecía francamente demasiado pedir. Pero lo hice (mas o menos) y lo entregué. Éramos 16 alumnos y pensé que, con suerte, no habría tiempo leerlos todos. Este era mi plan C: no decir ni mu y haz lo posible para pasar desapercibida. 

Por desgracia, Guillermo tuvo otros planes. Hojeó los papeles y sacó uno. Yo sabía con toda claridad que iba a ser el mío. (¿Nunca te ha pasado en clase de educación física que sabes sin ninguna duda que por mucho que te escondes vas a ser elegido para saltar ese potro? Pues eso.) «A ver….» dijo Guillermo, echando un vistazo. «Ajá…. ajá…. ¡¿Qué?! ¡¿No te gusta David Lynch?!» 

Silencio. Todos los ojos en mi. Solo hacía falta el solemne tick-tock de un reloj para completar el momento. Empecé a formar una explicación en mi mente («… es que… en realidad me encanta David Lynch… pero no me acordaba de ningún director que no me gusta… y si lees mi hoja pone que es solo ‘Corazón Salvaje’ que me decepcionó… aunque no puse ‘decepcionó’ porque no sabía como se escribe… y… y…»). Pero claro, abrí la boca…. y lo único que me salió fue: «Err…. umm….». 

Es tentador culpar a la falta de idioma. Pero en realidad, aunque había hablado un español perfecto habría sido imposible decir más porque la voz de Guillermo me cortó. «¡¡Fuera de clase!!» me dijo. 

Por muy raro que parezca, yo salí de esa primera clase feliz. Más que feliz. De hecho estaba flotando en el aire. Iba a estudiar cine… aprender el español… conocer gente… No sé si mi nueva euforia tuvo que ver en el asunto o si solo le apetecía ser aguafiestas, pero dos días después, mi novio me contó que quería volver a Inglaterra. 

Ahora, nadie me obligó a venir a España (de hecho, me apetecía mucho venir) pero he de confesar que después de cambiar de país, acostumbrarme a otra cultura, pelearme con una nueva idioma (sin hablar de pasar 18 meses dando clase a ejecutivos de banco) para estar con mi novio, por algún, extraño razón, interpreté esta noticia como una falta de apoyo algo egoísta. Habíamos hablado de quedarnos en Madrid por lo menos un año más, para darme tiempo a mi a terminar el curso en Metropolis… y ahí estaba, sacando las maletas después de una sola clase. 

Me gustaría poder decir que me enfrenté a esta situación con una actitud madura, analizando mis opciones en detalle (España/Inglaterra? Novio/No novio?) y que tomé un decisión medida sobre mi futuro. Pero no fue así. De hecho, se puede resumir mi ‘análisis’ de la situación en cinco palabras: ¡Será cabrón! Pues, me quedo. 

Ajena al culebrón de mi vida sentimental, las clases en Metrópolis seguían. Yo me esforcé muchísimo… y fui, sin duda, la peor alumna de la clase. Tardaba horas y horas en hacer los deberes, pero – no sé como – todas mis ideas brillantes se reducían siempre a unas notas básicas y obvias (‘director usar muchos plano corto porque mas cerca’). Sin embargo, no se puede decir que no tuve mi momento de gloria. No, señor. Un día, Guillermo hojeó sus papeles una vez mas y – ¡o cielos! – sacó mis deberes. ¡Mis deberes! Los leyó en voz alta, suavizando mis notas brutas y transformándolas otra vez en ideas, y por unos minutos, pensé «¡Lo conseguí!» 

«Anna ha hecho un muy buen trabajo,» dijo Guillermo.»Esto demuestra que ha entendido el 60% de la clase.» 

Y ahí lo tienes. 60%. Mi momento de gloria. 

Como es, quizás, de esperar, la mayoría de mis dificultades surgieron por problemas de comprensión. Pero lo que no esperaba – de hecho, lo aprendí a base de golpes – es que lo peor no es cuando no entiendes algo, sino cuando no te das cuenta que no has entendido algo. El ejemplo clásico. Clase de ‘Dirección de actores’. Todos teníamos el mismo dialogo. Tuvimos que inventar el contexto a ese dialogo, y luego nos reunimos con unos alumnos de la clase de interpretación. Obviamente, la clase se trata de ‘dirección’ de actores pero, por algún razón inexplicable, no me di cuenta que teníamos que dirigir nuestros actores. (Ya lo sé. Más tonta imposible). Yo expliqué mi contexto del dialogo detalladamente a mis dos actores. Y luego, me ofrecí como voluntario para ser el primero en exponer mi trabajo. (???!!!! No me preguntes porqué… pensé que si iba primero, me sentiría menos intimidado por el trabajo de los demás). Pensaba que el ejercicio consistía en explicar lo que habíamos hablado a la clase. No había hablado en absoluto sobre la puesta en escena. La primera señal que no todo iba bien vino cuando una de mis pobres actrices murmullo, en camino hacía el escenario, «Pero, ¿qué vamos a hacer?» Pero fue demasiado tarde. Ahí, en frente de mis 15 compañeros y unos 35 actores, le regalé a Guillermo una oportunidad irrepetible de – vamos a decir – opinar sobre mis talentos como director. 

Fue en este momento que descubrí una ventaja inesperada en eso de no entender bien: me aislaba bastante de los efectos de discursillos desagradables. De hecho, hasta que una actriz sentada cerca de mi me dijo, «Ahhhhh», y me cogió de la mano para darme fuerzas, no me había enterado de que lo que decía era desagradable. 

Y así seguía mi gran lucha con el idioma… En gran parte, me parecía una batalla perdida: me sentía tímida y callada y mientras que los demás alumnos peleaban por ser director, productor, guionista en los cortometrajes que hicimos, yo no me atrevía a levantar la mano. Me conformé con los puestos menos populares, o cualquier puesto empezando por ‘Ayudante de’ (un estrategia bastante fiable, aunque en un corto me tocó ser Jefa de Sonido… puedo decir que se oía, pero tanto chisme, tanto chisme…). 

Es curioso, pero ahora veo que hubo una gran ventaja en ser tan limitada: me hizo sumamente pragmática. Veía el lado positivo de puestos como el de Script, por ejemplo, (¿dónde mejor para aprender de cine que sentado al lado del director?), y, más importante, acabé el curso con experiencia en un puesto con salida al mercado laboral. (Hay una larga cola de futuros directores soñando con dirigir su primer corto… pero, curiosamente, apenas hay Scripts). Me empezó a sonar el teléfono. 

Me sorprendió descubrir, a lo largo de varios cortos, que tenía cierta ‘vocación’ de Script (básicamente soy suficientemente ‘tiquismiquis’ de carácter para fijarme en esas detalles que nadie más cree importantes), y cuando un día Guillermo me llamó para trabajar en una serie no lo pensé dos veces: un día daba clases de ingles y el siguiente me convertí en Script profesional. 

Puedo decir que cuando empecé a trabajar como Script mis problemas de idioma se multiplicaron por 20.000 (vamos a ser sinceros ¿una guirri dando el pie a los actores….?) …pero eso es otro relato y lo dejo por otro día. Basta con decir que cada persona con quién tuve la suerte de trabajar añadió su toque personal a mis conocimientos del español, desde El Fary, quien me enseño joyas como ‘me cago en un cactus’ a Carlos Saura, con sus ‘cielos perforados como luciérnagas gala-galácticas’ y similares. Y me gustaría pensar que, yo por mi parte, vestido en mi forro polar y sacando un foto cada dos por tres, he dejado mi huella – por muy humilde que sea – también.

 

CESAR RODRÍGUEZ

¿Hay quién hay que pegar? 

César Rodríguez

 

Durante todos estos años he seguido dando clases, a costa de un poco de salud y alguna arruga extra que no me corresponde. Ahora solo doy una o dos clases por semana, pero al principio era un absoluto kamikaze, y me metía chutes de alumnos por las mañanas, por la tarde, por la noche, normalmente escapándome del rodaje y teniendo compinches que me cubrieran las espaldas.

 

Y menos mal que tenía a César para cubrírmelas. Una de esas clases coincidía con una localización, que hasta la fecha consistían en saber más o menos qué había que hacer y aproximadamente dónde.

Pero el hecho de que los mandos intermedios y técnicos de Antena 3 odiaran todo aquello que proviniera de Globo hicieron que aquél restaurante se convirtiera en la primera oportunidad de atacar al advenedizo. Y se presentó hasta el Tato, dispuesto a preguntar cada detalle, ¿dónde se va a sentar El Fary?, la camarera ¿ por dónde entrará?. En realidad yo sé todo esto por César, al que mandé al foso de los leones sin saberlo.

 

Conversación telefónica extraída de los pinchazos telefónicos ilegales de A3 

 

  • Oye tío, aquí hay una barra, pero está a la derecha no a la izquierda, esto no se parece en nada a lo que me contaste! 
  • ¿Pero has entrado hasta el fondo?
  • Sí claro, y la barra está a la derecha
  • Según se entra o según se sale.
  • No me jodas Guillermo, hay quince troncos mirándome y exigiendo saber dónde se va a sentar el Fary
  • Diles cualquier sitio, ya lo cambiaremos luego.

 

El caso es que cuando César había llegado, los quince troncos taponaban la entrada a “el fondo” donde había otra barra que sí que estaba a la izquierda pero cada vez que César hacía un gesto por vislumbrar el fondo del local “los quince” cerraban filas y le impedían mirar. 

Acabé mi clase y volé al famoso restaurante. César fumaba apesadumbrado sobre una mesa mientras apuraba una cerveza. Parecía un ex-alcohólico reencontrándose con la bebida. No quedaba nadie en el local.

 

  • ¿Qué les has contado? – pregunté mientras me quitaba el casco.

 

César me observó con una mezcla de “eres un hijo de puta” y “eres un cabrón”,  y me contó lo que buenamente había improvisado. Nada que ver con la realidad. Pero lo que creímos un problemón se solucionó con un plano en planta de actores y cámaras, un fax y un “hemos cambiado de idea”.

La primera jornada de aquella serie fue un éxito, cumplimos el horario, y generamos una excelente impresión de organización. 

La mancha del día llegó por la noche, me llevé un buen berrinche. Había preparado una extensa y completa ficha técnica y artística, con los teléfonos de todo el mundo de la producción para todo el mundo. Al finalizar el rodaje pedí a los auxiliares que las repartieran

 – ¿Esto qué es? Ah, que bonito, muy bien – La habíamos realizado en formato librillo, tamaño tarjeta de crédito y estaba muy bien presentada. Pero aquella noche los empleados de A3 no podían dejar pasar la ocasión de protestar por ser comandados por “fuerzas exógenas”, había que joder como fuera. El primero en oponerse fue el director de fotografía, Carlos, se acercó a mí para darme las gracias por las fichas pero quería su teléfono se borrara de todas las demás.

 – ¿Me lo estás diciendo en serio? – Yo no daba crédito. En cine, de donde yo venía, el hecho de que tuvieran tu teléfono y viceversa es vital, fundamental, la primera piedra para un próximo trabajo. Luego llegó un subnormal de producción (lo digo con todo el cariño del mundo, sólo hago referencia a su c.i.) contando la misma milonga, y después el perchista, y poco a poco se sumaron casi todos los A3 men.

César, que lo había tenido delante del ordenador durante días preparando el formato la distribución, el encuadernado, etc, y que le había tirado dos o tres propuestas, incluso toda una impresión por irregularidades en los cortes del papel me miraba desde un rincón del set mientras cargaba cajas de agua sobrantes. Y descubrí lo que es un buen soldado: No me miraba para quejarse o para que se intuyera un “te lo dije”. Me miraba esperando una orden; un pequeño parpadeo y él solo se hubiera liado a hostias con todos y cada uno de los presentes. No fue necesario.

Argumenté con claridad y energía y me negué a retirar las libretillas de teléfono, les invité a que llamaran a cada persona de  la lista y les pidieran tacharles, pero que como ayudante de dirección mi obligación era que la información “who is who” no podía ser un secreto.

El tema coleó durante semanas pero trimestre tras trimestre seguimos emitiendo la ficha técnica y artística completa, y para todos.

Años después Carlos, el director de foto, me llamó (por teléfono) para solicitar trabajo. Por suerte no tiró aquella ficha técnica.

 

Gracias César por haberme apoyado siempre, especialmente en los momentos difíciles

Yo Pertenezco a esa promoción de estudiantes de Metrópolis que tuvo la suerte de vivir el boom de la ficción española en televisión a mediados de los noventa. 

Todo empezó por allá (parece una eternidad aunque sólo hayan pasado ocho años) por el año 1995. Tras la contratación de Guillermo Groizard, Director de la escuela, como Director y Ayudante de dirección de la serie “Medico de Familia”, varias personas de esta escuela tuvimos la oportunidad de incorporarnos a su equipo. Realmente la mayoría habíamos estudiado en Metrópolis todos los cursos posibles para llegar algún día a entrar en el mundo del cine, cada uno en el área que más le interesase o en la que se encontrase más capacitado, pero nuestras vidas darían un giro tan radical y tan apasionante que no sé si voy a conseguir trasmitirlo en toda su dimensión.

Tras dos años de estudios en Metrópolis y habiendo adquirido cierta experiencia después de rodar varios cortos en la escuela asumiendo diferentes responsabilidades, como por ejemplo Productor (gané un exitoso GUSTAVITO que todavía guardo con orgullo) y disfrutando de grandes profesores como por ejemplo Antonio Drove (la única persona que es capaz de enlazar el estudio del salto de eje en grandes obras de arte de la historia del cine como La Diligencia de su admirado Jhon Ford, con el “I Ching, el libro de las mutaciones”, y conseguir tras varias semanas, incluso meses que todo aquello tuviese una lógica para asombro de muchos de nosotros)  mi meteórica carrera comenzó plagada de ascensos. Ascendiendo como auxiliar de dirección  varias veces al día a los camerinos de la segunda planta de los estudios de telecinco, bien para conseguir hacer bajar a plató a un siempre ocupado en miles de gestiones Emilio Aragón, a un siempre perdido por los camerinos Francis Lorenzo, a una eternamente afectada por miles de problemas con la prensa rosa Lidia Bosch, a una, llamémosla, excéntrica Gema Cuervo y a unos más que rebeldes “niñosactoresconmadre”. Los cafés, cocacolas y sándwichs que tuve que acarrear también consiguieron un gran desarrollo de mis gemelos escaleras arriba y abajo. Otras de mis funciones en esos comienzos fueron  dar confianza y seguridad a mi primer ayudante de dirección. Bueno quizá esto haya que explicarlo con más detenimiento. Quiero decir dar la confianza y la seguridad de que nadie entraría en el plató durante la grabación y nos estropearía una toma como era costumbre. Esto se resume en pasar horas interminables apostado a la puerta de plató negando la entrada de manera indiscriminada a todas esas personas que deambulan por los estudios (no os podéis ni imaginar qué fauna) básicamente de visita con algún amiguete para ver como se graba una serie. Bueno esto no siempre es así, digamos que esta creencia te puede llevar a negar la entrada al propio director de tu empresa, Globomedia, por entonces Jose María Irisarri, al cual yo no conocía, que tras varios minutos haciéndome entender que el asunto era del todo importante, no consiguió hacerme cambiar de opinión (“Quien tiene pase pasa, quien no tiene pase no pasa”, es que nos dan autoridad…………..) y se tuvo que volver a sus oficinas sin conseguir hablar con Emilio Aragón. Como os podéis imaginar la coña duró varias semanas y aún hoy cuando me cruzo por los pasillos con dicho señor me sigue pidiendo permiso para pasar.

Fueron meses de jornadas interminables, bastante tensión con la cadena y con nuestro equipo de producción que no estaba acostumbrado a trabajar con un equipo de dirección en televisión, pero al final, varias lecciones aprendidas. Una de ellas es que por mucho que la gente crea que lo único que haces es llevar cafés, no se da cuenta de que esa cercanía es una de las mejores escuelas para conocer a los actores, su mundo, la pasta de la que están hechos, sus inseguridades y aprender un montón de cosas sobre estos seres humanos tan complejos a la hora de trabajar. Al mismo tiempo la anécdota de la puerta no sólo no me causó ningún problema sino todo lo contrario, al fin y al cabo mi único delito  fue cumplir con mi deber. Respecto a para qué me sirvieron dos años de estudios a la hora de desempeñar tan elevada responsabilidad, os puedo asegurar que el conocimiento del lenguaje audiovisual, el saber quién es quién y cual es su responsabilidad en una grabación/rodaje no sólo te abre muchas puertas sino que te evita innumerables problemas, aunque sea,  ya os digo, para hacer guardia en la puerta de un plató. Y además, por algún sitio hay que empezar.

El siguiente reto consistió en cómo hacer una serie con El Fary y no morir en el intento. Dicho así suena complicado, pero fue aún peor. 

Todos salimos de la escuela con la ilusión de dirigir una película de éxito y reconocimiento de la crítica, protagonizada por Paz Vega, Leonor Watling, Ariadna Gil y algún galanzuelo de medio pelo que no desvíe en exceso la atención de nuestras actrices. Pero el destino no sólo se rió de nuestras pretensiones, sino que nos puso una de las pruebas más duras por las que hemos tenido que pasar.  

Conseguir hacer una serie durante más de dos años, con un protagonista con serios problemas, ya no para entender el texto, sino simplemente para leerlo, puesto que nunca cursó estudio alguno, con un equipo de producción más interesado en la championleague (por aquella época Copa de Europa) y las fiestas en su despacho, que digo yo si no hay otro sitio más agradable, fue una experiencia por la que deberíamos haber recibido algún premio muy gordo. Todo el caos que vivíamos en los rodajes de la escuela, fruto de la necesidad de resolver  los problemas que el corto requiriese con el mínimo o nulo presupuesto, mezclado con nuestra inexperiencia y falta de coordinación (para eso son las prácticas para encontrarse de lleno con todo ello) no tienen nada que ver con tener que trabajar con gente que no está dispuesta a hacer su trabajo o que entiende que su trabajo es hacerte la vida imposible. Os lo aseguro, sin dramatizar, recuerdo la experiencia de “Menudo es mi padre”, que por cierto, ya tiene guasa el título protagonizándola el Fary (por lo de “Menudo”), como la más estresante de las que he tenido en mi carrera. La lección aprendida en este caso es la siguiente: Por mucho que en la escuela aprendamos quién es quién y cual debe de ser su responsabilidad, en la vida real, cada producción es un mundo y hay que aprender a sobrevivir y sacar tu trabajo adelante aunque muchos se empeñen en ponerte zancadillas, aunque en este caso fueron más bien patadas en el cielo de la boca. Por cierto, un consejo, no os fiéis de las indicaciones de una puesta en escena en un restaurante que no conoces dadas por un Director que va en moto a doscientos por hora mientras habla contigo por teléfono y en cinco minutos te están esperando la plana mayor de Antena3 en dicho restaurante  puesto que es la primera localización técnica que vas a hacer con esa cadena en la primera serie que tu productora hace con esos clientes. ¿Por qué? Porque la cagas. Es obvio, sobre todo si tú no conoces la localización y cuando llegas a ella quince personas muy importantes están delante y no te dejan ver el salón y lo que tú creías, por las indicaciones del Director (Guillermo Groizard por si no lo he dicho antes), que supuestamente estaba a la derecha, está a la izquierda, la barra del bar no existe, los pasillos van en dirección contraria y te tienes que inventar sobre la marcha una puesta en escena diferente e irrealizable para por lo menos no quedar como un imbécil integral ante semejante audiencia. Tras risas posteriores y coñas varias, una vez más a mi costa, conseguimos solucionar el problema mandando un plano con la puesta en escena por fax a la cadena (que grandes son los avances tecnológicos).

Posteriormente nos enfrentamos al reto de producir y dirigir: Más que amigos, Compañeros, Mareas Vivas y  Policías, en el corazón de la calle.

Policías ha sido hasta hoy la serie de televisión en la que más hemos podido llevar a la práctica todo lo aprendido en Metrópolis. Podría parecer que al ser la serie de mayor presupuesto a la que nos hemos enfrentado íbamos a tener al alcance de la mano todos los medios necesarios para hacerla, pero al final aprendes que el dinero y los medios no solucionan muchos de los problemas con los que te encuentras en determinados momentos (pero ayuda). Y ahí es donde entra en juego, ya no todo lo aprendido en la escuela en cuanto a la  dirección, producción, montaje, etc., que por supuesto es imprescindible, sino cómo encontrar soluciones rápidas y eficaces ante problemas en la mayoría de los casos impredecibles. Para mí, las prácticas en la escuela y posteriormente los cortos en los que participé, una vez terminados los cursos, como responsable en rodaje, me aportaron una experiencia impagable. No se entiende, desde mi punto de vista, una formación audiovisual que no incluya unas prácticas en situaciones límites, quiero decir, es muy fácil producir con todos los medios a tu disposición y con tiempo suficiente, pero la realidad te demuestra que en esta profesión siempre tienes menos medios y tiempo del necesario, con lo cual es preferible encontrarse con esto antes de que tengas un presupuesto millonario bajo tu responsabilidad. En esto, creo que Metrópolis ha inculcado a todos sus alumnos una forma de hacer que me consta en otras escuelas no existe y que una vez inmersos en el mundo profesional nos diferencia del resto. 

Se resume en lo siguiente: “GRABAR/RODAR ES EL FIN, NADA NOS DETENDRÁ” ”.

Podría contaros cientos de ejemplos pero enumeraré unos cuantos: 

  • No hay permiso de grabación en la Gran Vía y además no disponemos de figurantes suficientes. Graba con teleobjetivos e inalámbricos y suelta a tus actores en mitad de la calle  a hacer la secuencia.  Infinitamente más divertido para ti y no te quiero contar para tus actores. Como en la vida misma. Solo necesitas dos personas de dirección camuflados entre la gente para evitar incidentes, como por ejemplo que un policía de paisano intervenga creyendo que es una situación real. Casi nos cuesta un disgusto pero espectacular el resultado de la secuencia.
  • Es posible que una lluvia pueda parecer un hecho suficiente en determinadas producciones para cortar una grabación, no es este el caso. De hecho el final de la serie se grabó en un descampado el día más lluvioso (y no me lo invento) del año 2002. Ese día en menos de dos minutos cayó una tormenta tan  impresionante que no hubo tiempo ni de ponerse a cubierto, el descampado quedó hecho un barrizal y se estaba grabando al mismo tiempo desde tres unidades, una de ellas en un helicóptero. Si creéis  que en algún momento alguien pensó en suspender la grabación, es posible que no os equivoquéis, pero de allí no se movió nadie hasta que se dio por terminada la grabación. Hay fotos y me encantaría que apareciesen en este libro, no tienen precio.
  • Uno de los protagonistas de la serie se rompe una pierna y tiene que estar escayolado varias semanas, ¿Se suspende la grabación?. No, se consigue un doble para los planos generales y de espaldas, y se resuelve el resto con planos cortos o con el actor sentado. José María Pou, que es el actor del que estamos hablando, interpretaba el personaje de Ferrer, el Jefe de MIP, siempre recordará que no tuvo un día de baja por aquello, pero colaboró en todo momento (como hacen los buenos actores, los profesionales, no los otros) cosa que siempre le agradecimos.
  • No se conceden permisos en Madrid para ir grabando en camaracar por la M30 a plena luz del día un seguimiento con tráfico real. Eso no es un problema, consigue un coche amplio en su interior, contrata a un cámara menudito y ágil e introduce al Director y al control de cámara en el maletero con un monitor y un walkie para dar indicaciones a los actores y al otro coche y ponte a dar vueltas a Madrid hasta que la circulación, no del tráfico sino de las piernas, se te corte y tengan que sacarte entre varias personas del maletero convertido en una misma cosa con el control de cámaras. 

 

Todo este tipo de anécdotas para aquellos que hayan participado en cortometrajes en plan “destroyers” posiblemente no suponga grandes sorpresas, pero os aseguro que en un entorno profesional se pierde mucha de esa energía y valentía a la hora de trabajar. Creo que la gente de esta escuela todavía mantiene ese espíritu. Y que dure.

DANIEL MELGUIZO

¿Te vas a comer eso?

Daniel Melguizo Petán

 

De vez en cuando la vida te regala un amigo. Es muy difícil precisar qué es eso, tanto lo del amigo como lo de “te regala”;  a veces se confunde con “te castiga” con un “tío raro al que quieres”.

 

Dani y yo tenemos un modo muy raro de disfrutar de la existencia. Nos metemos en antros llenos de filipinos y uruguayos, en los que se juega al billar 24 horas al día, 7 días a la semana, y emulamos al gordo de Minnesota durante horas sin abrir el pico. Es una especie de “soma”, y las conversaciones son surrealistas, una palabra ahora, otra dentro de 10 minutos, una frase al cabo de una hora. Cuando terminamos de jugar no hemos intercambiado más allá de un ¿qué tal va todo? – Bien, más o menos.

Además esa manía nuestra de frecuentar locales “extraños” nos ha llevado a salir corriendo en alguna ocasión y a participar en detenciones de delincuentes haciéndonos pasar por policías secretas. (con todos mis respetos por los secretas, nosotros Sí que tenemos pinta de secretas)

Cuando se acabó Policías,  Carlos Navarro y yo desarrollamos un proyecto de serie de televisión que transcurría en su totalidad en un striptease. Hicimos encaje de bolillos y conseguimos una serie “blanca” donde las protagonistas se desnudaban en cada episodio. Además el episodio piloto lo financió un tipo muy muy especial: Toni K. expolicía de Nueva York, ascendencia griega, encantador, dueño de un local de lap-dance y con toda la pinta de pertenecer a una mafia internacional rara … o algo.

Toni se empeñó en que quería un making-of de “Las chicas de Oz”. Así se llamaba el proyecto. Y le pedí a Dani si quería ser el autor, ideólogo y creador de dicho making

Después de protestar por la pasta dijo que sí, (Dani siempre protesta por la pasta, da igual que sea cuánto nos quieren cobrar por la mesa de billar que el precio de la hamburguesa o el presupuesto de una película) y poco a poco fue rodando cosas de aquí y de allá sobre Las chicas de Oz.

 

Una noche de martes se fue a ver a Toni para pedirle prestado un fondo para rodar unos planos de entrevistas. Yo estaba en la presentación de un video 3 en un local cercano. Apareció blanco, balbuceante, estresadísimo.

 

– Guillermo por favor, no quiero ver aparecer mi cabeza flotando en el manzanares.

– Tranquilo si te la cortan no podrás verla, ¿qué ha pasado?

– Toni está con un cabreo de la hostia me ha amenazado, me ha dicho que él ya ha pagado y que el making no está terminado todavía y que…

– ¿Toni te ha amenazado?

– Sí.

– Estamos jodidos

– No me hace ninguna gracia tío.

 

Normal, todo el que haya visto a Toni cabreado sabe qué significa la palabra miedo.

Así que Dani se encerró día y noche durante una semana para tener cuanto antes el making of. Yo estaba intranquilo, porque ¿Cómo se puede ser creativo y novedoso (que es lo que yo le pedía) y al mismo tiempo trabajar con la presión de que andamos jodidos como a Toni no le guste?

Dos domingos después Dani me llamó para ver la versión final. Yo no había visto ni un segundo del making. Estaba seguro de que el trabajo estaría bien pero nunca me pude imaginar ver lo que allí videé. 

De vez en cuando uno se da cuenta de que el alumno ha aventajado claramente al profesor. Aquél making era perfecto: de presentación, de ritmo, de interesante, de divertido, de todo. Toni se disculpó semanas después y en privado me dice todavía que a él le gusta mucho más el making del episodio que el episodio en sí.

 

Mañana tengo una reunión con Toni para negociar el futuro de la serie y si todo va bien estoy seguro de que en parte será gracias a Dani.

 

Estoy frito por tomarme unos meses sabáticos y hacernos “el circuito”, desde Cincinatti hasta las Vegas pasando por Atlanta, Detroit, Chicago…. Quizás jugando todo ese tiempo consiga saber algo más de la vida de mi amigo.

 

Un abrazo “bro”

 

Rebeldía es no utilizar una regla para definir 

los márgenes de las viñetas de un storyboard.

 

Detonante.

 

Madrid, 1993.

 

La puerta, entreabierta, de un segundo piso en un descomunal edificio del centro de Madrid. Un cartel, manuscrito, que reza: “Si tenéis algún problema en el rodaje contactad a Clara o Guillermo en los siguientes números…” Sorprendido por el anuncio, empujo la puerta, que con un leve quejido se abre para ofrecerme algo que me sorprende todavía más: Un pequeño hall de entrada compuesto por una mesa, una mujer detrás de la mesa, rodeada de papeles, fotos de fotomatón, un decrépito ordenador, y lo más importante, una verja (de esas de alambres entrecruzados, como las que saltaban para escapar de la policía los “Jets” en “West Side Story”), y tras la verja, una pared decorada con un graffity digno de cualquier esquina de Nueva York. 

Desde luego, no se parece en nada a ninguna de las escuelas de cine que he visitado hasta ahora. Buena señal. Me siento a escuchar lo que la secretaria me cuenta sobre precios y demás, sin prestar la mas mínima atención, pues mi oído se centra en el leve murmullo que proviene de alguna de las clases. Alguien entra con un par de focos y trípodes, saludando con una sonrisa. Dos personas salen de una clase discutiendo sobre no se qué del esquema narrativo del guión. La secretaria me mira, intenta atraer mi atención:

 

  • ¿Bueno, te apuntas?
  • Como?
  • Que si te interesa
  • Estooo… Claro, si, me interesa.

 

Y con la vergüenza y timidez que me caracteriza, cogí uno de los panfletos de publicidad y miré el precio de los cursos. Encima es económica. 

Sí, ésta es la escuela.

 

Primer acto.

 

Un tipo con el pelo largo y descuidado resulta ser el profesor. Guillermo. Le apasiona tanto enseñar que la escuela se convierte en mi segunda casa; las clases se hacen dueñas de mi vida. Ni durmiendo puedo huir de Gran Vía 33, pues hasta en sueños permanezco en ese aula llena de sillas y aparatos de metal y silbidos fantasmales. Los “deberes” son máxima prioridad. Un encargo, un trabajo, analiza tal película, escribe un guión, haz un story, invéntate una historia para justificar estos diálogos, diseña una foto-película… Y todavía no hemos empezado a rodar. Todo aquello que Guillermo explica en clase entra en mi mente con una facilidad a la que no estoy acostumbrado. Mi cerebro, a modo de esponja, aprehende todo como un niño pequeño cuando aprende a caminar, cuando aprende a hablar. 

La rapidez. Me parece que me he tomado cuatro dosis de anfetas. 

La intensidad. Esto es lo que quiero hacer, sin duda.

 

Primer punto de inflexión. 2º Acto. El Conflicto.

 

“Dibuja un storyboard para la siguiente secuencia”. Tardo una tarde entera para planificar una secuencia de un minuto de duración. Contemplo todas las posibilidades, aquellas que son mas efectistas, otras mas viables. Llego a la conclusión de que lo mejor es hacer caso a mi instinto, y planifico, por primera vez, de manera absolutamente visceral. Dibujo mis pueriles muñequitos y trazo, a modo de boceto y a mano alzada, los cuadros que enmarcan los sucesivos planos. Las flechitas, las indicaciones de cámara, las descripciones… todo sin la mas mínima ayuda que mi mano y el lápiz. No sé si tengo una regla a mano, pues ni siquiera puedo despegar la mirada del papel.

Entrego el trabajo a Guillermo, con la ilusión contenida (muy contenida) de que aprecie aquello que me ha llevado un importante proceso de concentración. 

 

  • ¿Qué es esto? Esto está muy mal, no se entiende nada.
  • ¿Cómo que no se entiende? (me encuentro mal) ¡Se entiende perfectamente! Yo lo entiendo, y con eso es suficiente.
  • No, no es suficiente, esto es una caca y un story sirve para que todo el mundo entienda el plano. Y esto no lo entiende ni tu madre, por mucho que te quiera.
  • No estoy de acuerdo (me encuentro fatal). Yo SI lo entiendo.
  • ¡Bueno, pues lo repites y dibujas los malditos cuadritos con una regla! Esto es una mierda y no sirve para nada…

 

Y me entrega con desdén el trabajo de mi ilusión. Todos, TODO EL MUNDO ha hecho los putos cuadritos con regla, menos yo. Pero el mío es mejor… o no? SI, es MEJOR. NADIE entiende, YO tengo la razón. Pero entonces, ¿Por qué esta sensación de angustia? ¿Por qué no puedo pensar en otra cosa mientras vuelvo en metro a mi casa?

¿Tendrá razón? ¿No se entiende? Pero que mas dá la forma? El contenido es lo importante…

A la mañana siguiente abro la carpeta y miro el story con desasosiego: Guillermo tenía razón, el story es un verdadero excremento, no lo entiendo ni yo. 

Qué dolor en mi orgullo. 

Dolor que da lugar a la reflexión cuando leo la misiva que recibo de Guillermo, a modo de nota personal y consejo, en el revés de otro trabajo bastante más cuidado: “No eches a perder tu arte por defender un puntito de rebeldía”. Aún sigo reflexionando sobre esa frase.

 

Segundo punto de inflexión. 3º Acto.

 

Preparamos el Tercer Curso de Metrópolis C.E. El curso consiste en la realización de un mediometraje rodado en 8 días. Soy 1º Ayte. de Dirección. La directora, Paloma Martín. La jefe de producción, Virgina Bravo. Responsable de rodaje, Jesús del Cerro. Controlador y productor ejecutivo, Guillermo Fernandez. 

Menudo “Crew”. 

Del “Cast”, recordar el nombre de un figurante: Tristán Ulloa. 

Como ayte. de dirección, no duermo en esos ocho infernales días. Planificación, órdenes de trabajo, coordinación, reuniones infinitas con la directora y la jefa de producción… (ella nunca se dio cuenta, afortunadamente, de mis sutiles miradas). A dos días de rodaje, hay que sustituir a la actriz protagonista. Eso significa repetir todos los planos rodados hasta ahora con la anterior. 

“¿Merece la pena? Yo creo que sí. Tenéis oportunidad de salvar el corto, pero tendréis que echar los higadillos”. 

Así lo plantea Guillermo. Y se marcha, dejándonos al equipo de dirección decidir sobre el tema. Y decidimos echar los restos. Y el corto se rueda, no sin llevarse un par de bajas con él. La tensión me hace hasta llorar, y me quedo dormido en el autobús nocturno después del séptimo día de rodaje. 

 

El cine es así de duro… ¿O es sólo una coincidencia?

 

El efecto catapulta

 

Años después me doy cuenta de que no es así de duro. Es bastante peor. Pero también, mucho más apasionante, si cabe. Una temporada en la serie “Policías” consiguió que odiara al que había sido mi mentor, y que acabara siendo uno de mis mejores amigos.

Comprendí a todos los maestros cuando tuve la oportunidad de impartir algunas clases en Metrópolis. Y me entendí a mi mismo cuando fundé la productora que hoy me da de comer, Solaris Film, también llamada “Solarispetán”, en honor a todos los petanes de este mundo. No me ha quedado más remedio que aprender de todo para salir adelante en este mundo que es el audiovisual. Ser el hombre orquesta es dificil y muy duro, pero tan reconfortante que, si los Lumiere (pese a que me he cagado en ellos muchas veces) no hubieran inventado el cine, ahora no estaría escribiendo esto. Este mundo es amargo, decepcionante, frustrante y cruel. Pero mi vida tiene sentido cuando, al terminar un trabajo, una persona se emociona con lo que ve en la pantalla de mi sala de edición. Y si es Petán, la recompensa es aún mayor. 

 

¿Quién es Petán? ¿Quién es Márvel? ¿Por qué se dice “5 y acción”, si nadie hace caso del cinco? 

Eso me gustaría a mí saber…

QUILIANO DE LA FUENTE

Sí teatro, ¿qué pasa?

Quiliano de la Fuente.

– Clara – dije con el clásico tono de voz que indica que lo siguiente que vas a decir no va a gustar nada – he aceptado la matrícula en el curso de teatro a un señor de 60 años.

 – ¿Y? ¿Cuál es el problema? – respondió mientras sumaba los alumnos del curso de Teatro.

En realidad ninguno, Quiliano no fue ningún problema, al contrario fue la confirmación de que el esfuerzo, la concentración y la práctica son la materia prima en la creación de personajes.

Quiliano se enfrentó al clásico comentario familiar, pero con 45 años de retraso

 -¿Que vas a hacer qué? – Le atosigaban como al que de pronto le quieren estigmatizar por ser diferente. – ¿No te habrás vuelto maricón?

Quiliano fue un alumno ejemplar. Cuando había que tirarse por el suelo lo hacía, si había que ladrar como un perro, él el primero, si había que hacer teatro de calle y salir disfrazado de mendigo para sentir frío, miedo y odio, allí estaba, pareciendo un mendigo tan real que casi se lo llevan a un albergue.

¿Y cuál podía ser la mejor recompensa para todo ese esfuerzo?

En aquella época la serie de televisión que arrasaba con los índices de audiencia era “Médico de familia” y Pedro Peña, personificación del concepto “buena persona”, interpretaba al padre de Emilio Aragón.

Un día necesitaban actores mayores para ser los amigos del señor Manolo y propuse a Quiliano para uno de los personajes. Es raro que los actores de cierta edad se presten a hacer pruebas pero Quiliano no tenía nada que perder.

Convenció de sobra  y consiguió lo increíble: un papel casi fijo en la serie de TV de más éxito de Europa. 

Pero siguió haciendo cortos para todo aquél que le quisiera llamar.

Y yo le llamé, para hacer de un mendigo mudo que vivía dentro del metro. Se concentraba tanto durante el previo del rodaje que algunos miembros del equipo lo confundían con un homeless que quería mangar algún bocadillo de catering

Quiliano gracias por enseñarnos que todo es posible.

Fui un modesto empleado de banca, y , en julio de 1989, por circunstancias económico-laborales, pasé a situación de prejubilación. Tenía 56 años de edad, camino de los 57.

Pensé en hacer algún curso de sociología, sexología, sicología o psiquiatría, pero no encontré alguna oportunidad relacionada con estas cuestiones.

Pasé diez o doce meses haciendo lo peor que, creo, se puede hacer en el mundo: nada.

Y entonces, un anuncio en un periódico cambió mi vida. Pedían “personas mayores” para asuntos de cine. Se trataba de hacer de figurantes.

Como esta experiencia me resultó encantadora, pensé que sería magnífico iniciarme en actividades artísticas.

Y, así fue como tuve la suerte de conocer Metrópolis. Recuerdo que me daba algo de “corte”, pero subí a la segunda planta del edificio situado en la Gran Vía,33. Estaba Guillermo y le expliqué: No se si encajaré, dada mi edad, con el resto de los alumnos. Pero no hubo problemas. Muy pronto me sentí integrado en el grupo. Humana y artísticamente.

Estuve dos cursos, en los que , gracias a Clara, y a los “coleguillas” los pasé en la más absoluta felicidad.

También me inicié , como actor, en diversos cortometrajes. Uno de los cuales (suburbano 3) fue premiado por TVE.

Posteriormente, participé en algunas series de televisión en las que me reencontré con Jesús del Cerro (médico de Familia) y, también, con Guillermo. (menudo es mi padre).

Conservo un gran recuerdo de Clara (por supuesto), de Antonia Paso, de José Luis  Santar, de Gloria, de Maribel, de Pilar, de Belén…. de TODOS.

Ah. Se me olvidaba decir lo bien que me lo pasé en los maratones de teatro y festivales de fin de curso.

Quiliano de la Fuente.

 

LUIS COLLAR

¿Dónde está la chica de debajo de la mesa?

Luis Collar.

Crisis. Era la mejor palabra para definir aquel lío. Doce compañeros sentados en círculo tratando de decidir si rodábamos en navidad o en semana santa.

 

La cuestión era como sigue, más o menos, seguro que soy partidista en la descripción. El Ministerio de Cultura nos había dado una subvención para hacer un cortometraje en cine 35mm en el desierto del Sáhara. Jesús del Cerro (2do ayudante de dirección en ese momento pero es que el coche era suyo), Carlos Baeza (Jefe de Producción)  y yo nos habíamos metido una paliza de 2800 Km. sin parar para ir a localizar y ver dónde, cuándo… en fin eso que es una localización. Teníamos resuelto el 60% de todo y a unos 15 días de salir (el 14 de diciembre) termino el story board. (para lo mal que dibujo me quedó precioso).

El ayudante de dirección lo valora, lo organiza y convoca una reunión urgente: No da tiempo a rodar tu story en los seis días y medio que tenemos para rodar.

El caso es que yo estaba seguro de que nos daría tiempo de sobra, pero meto la pata como un gañán y en vez de intentar una solución conciliadora dejo que la ira se desate, y empiezo a arremeter contra éste y aquél diciéndoles cosas de las que hoy todavía me arrepiento.

Y como es natural hubo un proceso de revolución y se fue TODO el quipo, a excepción del atrecista, el 2do ayudante y Luis Collar (auxiliar de producción entonces).

Todos fueron inmediatamente ascendidos a jefe de departamento porque yo sabía que si aquel corto no lo rodábamos en diciembre no lo rodaríamos nunca.

Luis trabajó de modo sobrehumano y en quince días fue capaz de articular todas las piezas para que “Al lado del Atlas” se pudiera rodar en las fechas previstas.

Salimos de viaje el 31 de diciembre y a la altura de Jaén paramos en mitad de la carretera a comernos las uvas. Amaneciendo llegamos a Algeciras y a pesar de que lucía un Sol maravilloso, a pesar de que estábamos entusiasmados por la aventura una sencilla y rutinaria pregunta pudo dar al traste con todo.

  • Clara,  ve preparando los pasaportes, ¿dónde los has puesto?
  • Yo no he cogido los pasaportes
  • ¿cómo?
  • Que yo no he cogido los pasaportes.

 

El día anterior había cruzado el estrecho, en la misma línea de barcos que nosotros el Paris-Dakar y dos pilotos franceses se quedaron fuera de carrera por haberse dejado los pasaportes en su casa.

 

– Venga no gastes bromas – dije temblando. Pero cuando vi los ojos de mi mujer, los ojos mas bellos del mundo, y dos gigantescas lágrimas luchaban por no resbalar entendí que los pasaportes estaban en Madrid, que yo no podría llegar a rodaje hasta dos días después, que tendrían que rodar planos sin que yo estuviera o que…. Dios, casi me da un infarto.

Llegamos al puerto y preguntamos por la comisaría. Una puerta de hierro sin ninguna indicación en el exterior. Klonk, plonk. Nadie abre. Otra vez. Un tipo semivestido de poli (en calcetines la camisa por fuera y una cogorza del 15 nos abre).

Le contamos nuestra película pero se limitó a decir:

  • puu, ezo eh mu difici, sin pasaporte al policía marroquí del barco le va a da igual, ayer unos del Paris…
  • Sí ya lo sé – interrumpí – pero al menos usted nos puede llevar hasta el policía marroquí del barco?
  • hombre, ara dentro dun rato os llevo.

 

Menudo rato, lloraba por las esquinas como un niño pequeño, no porque estuviera seguro de que se descojonarían de mí, y con razón, todos los que dijeron que no nos iba dar tiempo a rodar el corto sino porque por mi culpa no iba a haber corto de ninguna clase.

Me enjugué las lágrimas agarré con fuerza la mano de Clara y subimos las escalerillas del barco hasta encontrarnos con un señor calvo, con un aspecto de una mala hostia increíble (su trabajo era ir y venir todos los días en barco desde Tánger a Algeciras).

Mi padre había vivido muchos años en Marruecos y no entiendo que extraña relación apareció en mi cerebro entre Iñigo Montoya y su padre y el proceso de iluminación y locura que tuve cuando entré en aquel misterioso despacho-camarote.

Primero me cuadro y me inclino como un japonés ante su emperador y luego empecé a hablar con acento moro, pero no un poquito moro, tanto que Clara me miraba creyendo que todo estaba siendo una broma.

 

  • Buinos día sinior. Tinemos un problema, y mojor usted nos puede ayudar.

 

Bajo el brazo llevaba todos los permisos de rodaje y empecé a hablar de un proyecto conjunto entre el gobierno de España y el marroquí para producir una película que… De pronto, entre los papeles, veo un emblema de la casa Real dirigido al Rey de Marruecos solicitando el permiso de rodaje ( No es que fuera algo excepcional es que en Marruecos, para poder rodar cine los permisos se dirigen al Rey). Empiezo a sacar papeles y a decir de vez en cuando la palabra Rey, la palabra pasaporte, y a resaltar la enorme amistad entre los reyes de nuestros países.

Silencio tenso.

Por fin el policía eleva la vista y dice (textual):

– Si Rey di Ispaña quiere hacer película in Marrocco no seré yo quien diga no.

 

Nos firmó un papelito amarillo con el que pudimos cruzar la frontera y movernos libremente por Marruecos.

 

Rodamos 26 planos más de los que había en el story, acabamos a tiempo y el estreno fue un éxito absoluto.

 

Pero cómo no, aún tuve la oportunidad de meter la pata de nuevo. En el estreno agradecí el esfuerzo de todos los equipos, nombrándolos uno por uno, y ¿a que no sabéis cual se me olvido?:  Producción. Luis fue muy amable y no me lo quiso decir hasta el año siguiente, cuando estrenamos otro corto, y allí intenté sacar la pata que llevaba un año entero enterrada en el tiesto.

 

Gracias Luis por tu año de silencio.

No es difícil para mi recordar mi experiencia con Metrópolis, pues fue una época inolvidable que me marcó para siempre. Independientemente de lo que aprendiera allí sobre cine, lo que tengo claro es que en Metrópolis aprendí a trabajar y, en cierto modo, a vivir.

 

Corría el año 1.991 y estaba en tercero de la Facultad de Ciencias de la Información, todo el día en la cafetería y tumbado en el césped en cuanto salía un poco el sol. En definitiva, perdiendo el tiempo y un poco perdido. Fue entonces cuando decidí ir a pedir información sobre unos cursos de cine-video que había en una escuela llamada Metrópolis. Estaba la puerta abierta, como casi siempre, así que entré y lo primero que vi fue a un hombre con los pelos largos que pasaba rápidamente de un lado a otro (era Guillermo), luego me atendió una chica llamada Pilar, quien con su simpatía y amabilidad me convenció de que lo mejor que podía hacer era apuntarme al curso. Me apunté a Vídeo 2, luego hice Vídeo 3 y edición en U-Matic LB (si, en esa época todavía se usaba este formato).

 

Aprendí muchísimo en los tres cursos, pero tengo que contar dos anécdotas que, aunque ahora me hacen gracia, en su día me hicieron pasarlo muy mal. 

 

En Vídeo 2 dirigí un corto y el día de los Gustavitos, que para mi era muy emocionante porque era la primera vez que algo “mío” se iba a proyectar ante el público, mientras entraba en la sala acompañado de mi novia y algunos amigos, les dije: “ponen todos los cortos de la escuela salvo los que son tan malos tan malos que es que no se pueden poner”. Bien, entramos y me dice Guillermo, el co-director de la escuela, que no van a poner mi corto porque no había sido seleccionado, que el guión estaba bien (no era mío), pero que la dirección era muy mala (justo lo que había hecho yo), y se quedó tan pancho. Fue una gran decepción para mi, pero me enseñó que lo mío no era la dirección y, aunque entonces no lo entendía, con el paso del tiempo he de reconocer que mi corto era realmente malo.

 

En Vídeo 3 fui jefe de sonido. Los anteriores cortos de este curso habían sido muy buenos y se habían proyectado en muchos sitios. Bien, pues este no se llegó ni a pasar en los Gustavitos porque el sonido era muy malo y no se oía ni lo mínimo para poder ser proyectado. Otro mal trago y otra lección: tampoco el sonido era lo mío. Aprovecho para volver a pedir perdón al resto del equipo.

 

Luego hice el curso de  montaje y tampoco me convenció. En fin, el círculo se iba cerrando, necesitaba encontrar mi sitio en el audiovisual.

 

Fue entonces cuando me enteré de que Guillermo iba a producir-dirigir unos cortos en cine y le dije que quería trabajar en ellos aunque fuera llevando cafés. Me dijo que hablara con su ayte. de dirección y fui a hablar con él pensando “dios mío, que me ofrezca algo pero que no sea de producción, que no me atrae nada”. Y, claro, me ofreció ser auxiliar de producción y no tuve más remedio que aceptar. Después de ese corto vinieron otros y luego uno como jefe de producción, “Al lado del atlas”, gran experiencia, pues el rodaje fue en el desierto del Sahara, en el sur de Marruecos. Gracias a estos cortos aprendí a amar la producción, me enganchó totalmente y comprendí que sin duda eso era lo mío.

 

Tras ese rodaje, Guillermo me propuso montar una productora con él y otra dos personas y por supuesto acepté encantado. Así nació Camelot en marzo del 94, con la que produjimos muchos cortos, publicidad, un largometraje y coprodujimos otros tres largometrajes más. También montamos juntos la agencia de comunicación Great Ways.

 

Por circunstancias de la vida, nuestros caminos se separaron hace ya algún tiempo y ahora mismo no tengo mucha relación con Metrópolis, pero me ha hecho mucha ilusión que me pidieran que escribiera estas líneas, pues, como no, guardo un grandísimo recuerdo de todo lo que viví allí y de todas las personas con las que lo compartí: Guillermo, Clara, Pilar, Jesús, Arturo, Daniel, Perucha, Belén, Begoña, Carlitos, Baeza, Felix, Sandra y un larguísimo etcétera. 

 

Si algo soy ahora en la vida y en la profesión se lo debo, en parte, a Metrópolis. 

 

Por tanto, gracias, gracias, gracias. A todos y a todas, especialmente a Guillermo y Clara.

CARLOS IRIBARREN

El Efecto Metrópolis 

Carlos Iribarren

Por una vez, y sin que sirva de precedente, la opinión pública está de acuerdo: el Efecto Metrópolis EXISTE. Un estudio reciente de la Scientist Research & Development Magazine, que se publica en Soria, destaca la opinión mayoritaria del 97,3% de la población, que afirma estar convencida de la existencia de dicho efecto. El 2,7% restante eran inmigrantes recién llegados a nuestras costas y no tenían ni tiempo ni ganas de contestar encuestas.

No es éste el único dato que avala la teoría en cuestión. En uno de los pasajes más conmovedores de la Biblia, el santo Job se dirigió a Yahvé con estas palabras: “En verdad te digo, oh Señor mi Dios, que haré todo lo que Tú me pidas, pero por favor, ¡DEJA QUE ME APUNTE EN METRÓPOLIS!”. La respuesta de Dios, como casi siempre en el Antiguo Testamento, fue implacable: “¡Ni lo sueñes, chaval!”. Job calló y siguió masticando su hamburguesa.

En la época de supremacía romana, y bajo el mandato de Marco Aurelio, las legiones XV y XVI conquistaron Hispania sin haber recibido orden alguna al respecto. Al poco, cientos de decuriones, centuriones y legionarios rasos fueron sorprendidos por el césar saliendo de Metrópolis por la puerta falsa, también conocida como Arco de Trajano. Marco Aurelio ordenó decapitarles y luego pidió información a la secretaria sobre el curso de fotografía.

Ya en el Renacimiento, cuando los Médici habían convertido Florencia en el centro del arte en Europa, el pequeño Lorenzo de Médici se apuntó a clases de interpretación en la citada academia. La larga distancia que separa Madrid de la localidad toscana no era óbice para que el niño caminara esa distancia ocho veces por semana. El mal estado de las carreteras en aquella época propició que Lorenzo tuviera que cambiar de botas constantemente. Aquel gasto incesante propició el declive económico de los Médici y la supremacía de la familia Tagliatelle, que renunció a todo tipo de cultura, pero montaron un par de restaurantes bastante coquetos.

A pesar del indudable peso de todos estos apuntes históricos, la confirmación de la existencia del Efecto Metrópolis se produjo en 1998. El hallazgo de un capítulo perdido de las memorias de Hitler revela que su idea principal no era conquistar Europa entera; en realidad, él se conformaba con llegar a la Gran Vía (calle madrileña en la que se encontraba la Academia Metrópolis a mediados del siglo XX). El führer era un apasionado de la fotografía y quería perfeccionar sus rudimentarios conocimientos, apuntándose al curso junto a sus mejores hombres. Los aliados reaccionaron con bravura al ver que podían quedarse sin plazas y fue el propio general De Gaulle quien, tras la liberación de París, pronunció su famosa frase: “Liberté, egalité et fraternité? Oui, mais á Metrópolis!” (“¿Libertad, igualdad y fraternidad? Sí, ¡pero en Metrópolis!”)

Supongo que no queda nadie que aún dude de la veracidad de esta teoría, pero por si acaso, paso a detallarles mi caso personal:

Cuando yo me apunté a clases de interpretación en Metrópolis, era un joven sin rumbo. Vestía de cualquier manera y tenía acné. Sólo iba a misa en las bodas y ni siquiera aguantaba hasta el Padrenuestro. Dos años después, tras terminar mi aprendizaje con Clara Cosials, tenía las ideas claras, los pantalones me quedaban bien y mi rostro apareció en varios anuncios de colonia para hombre. Sigo sin ir a misa, pero cuando salgo a pasear por la Plaza Mayor, me paro en todas las tiendas de artículos religiosos.

EFECTO METRÓPOLIS

¡¡VÍVELO!!    

MANUEL ROMAN

“lo que haga falta, todos somos petán”

Manolo Román Petán.

Manolo es una de esas personas, que nunca pasan de 10, de las que le agradezco profundamente a la vida que me haya puesto en su camino. Un tío con un corazón tan grande que están pensando en operarle el pecho para que le quepa del todo (y no sólo hablo en sentido figurado).

Hace muy poco me enteré de un pequeño secreto que explica algo que todos considerábamos misterioso. En Policías, serie con un nivel de producción y una complejidad que cuadriplica la de cualquier otro producto de televisión en España, arrancamos en una cuarta planta sin ascensor (o sea estropeado). Decorados en la planta baja, y en la tercera y oficinas en la cuarta. El número de veces que un ayudante de dirección tiene que subir y/o bajar las escaleras a lo largo del día supera las 40 lo que hace subir  un edificio de 160 plantas por día. Puede comprobarse que el ascensor es “imprescindible”. 

Por esa disposición encomiable de Manolo, antes de que nadie hiciera el menor gesto el ya estaba corriendo escaleras arriba a por un actor, la orden, un bolígrafo, cajas de agua y la de dios. Cuando el ascensor se arregló el resto de los ayudantes de dirección empezó a ser conocido en la planta que no era estrictamente la suya, pero Petán (indistintamente Manolo) siguió usando sus piernas y un sprint espectacular para llegar antes que el ascensor, tanto en subida como en bajada.

Aquella situación se prolongó meses y del estupor inicial pasamos a la conclusión de que manolo era extraterrestre o masoquista. Ese lento acting diario se convertía en una explosión de velocidad cuando había unas escaleras por delante.

Cuatro años después del tema escaleras, paseando una noche de invierno y depresión, nos adelanta un tipo en bicicleta.

 – ¡Qué bicicletas fabrican ahora, son acojonantes! – le comento en la certeza de que las bicicletas se la pelaban.

 – Sobre todo desde que los japoneses inventaron los piñones de geometría variable – responde con cierta añoranza – tenía que ver yo a los bikers de ahora tirarse por un “tres mil” con las bicis de 22 Kilos de entonces.

Me quedé de plástico. (parafraseando a Paloma Martín). ¿La explicación de la respuesta?: Manolo tenía menos de 30 pulsaciones por minuto en reposo, había practicado el mountain bike a nivel profesional, modalidad descenso, ganando carreras y torneos, y cerca de 75cm de perímetro de muslo. Habló durante un rato largo de los subidones de adrenalina que provoca lanzarse por un monte pelado a más de 90 Km/h y el esfuerzo titánico que suponía subir desniveles de casi un kilómetro (unos 300 pisos). Aquel dato de deportista abnegado, entrenando en solitario durante horas para luego competir en un deporte que mezcla potencia velocidad y resistencia como ningún otro, resolvió una pequeña pieza del puzzle Manolo Petán.

Y porqué Petán???

¿Por qué somos todos petán?

El laboratorio de Policías fue un corto de Video 3 de Metrópolis llamado: Qui it Réngate. Allí inventamos el “soft control”, rescatamos los “jumping cuts”, las estructuras especiales de aceleración, el combinado de steadies, y otras locuras que se convirtieron en el estilo narrativo de la serie. Una mañana de sábado, rodando en mitad de La puerta del Sol, un tipo bien vestido, corbata a la moda y aspecto de padre mayor de alumno se acerca a Manolo y de modo confidencial, al estilo de un secreta le pregunta mientras mira a otro lado:

  • ¿Petán?
  • ¿Perdón?
  • ¿Petán?
  • Ehhh, sí sí, tenemos permiso de rodaje, ahora llamo a producción un momento
  • ¿Petán? – insistía el hombre de la corbata, siendo capaz de darle una entonación distinta cada vez que decía ¿Petán?
  • Ah, ¿no es el permiso?
  • ¿Petán?
  • Pero que dice por favor no le entiendo.
  • ¿Petán?
  • Pero que Petán, ¿busca usted a alguien?
  • ¿Petan? 
  • Como vuelva a repetir Petán le arranco la cabeza
  • ¿Petán?

 El tema, por lo visto, es que el hombre quería trabajo de figuración y ya había protagonizado otro episodio surrealista unos minutos antes.

  • ¿Quién es el que manda aquí? – Preguntó a un ayudante de cámara.
  • Sí, el permiso, ahora viene producción – Que es lo que todos decimos en un rodaje cuando alguien hace ese tipo de preguntas.
  • No, quiero saber el nombre del director para que me dé trabajo de extra o algo.
  • Ah!, es ese de allí, se llama Beltrán – apuntando hacia un grupo entre los que se encontraban Manolo, Beltrán, y otros.)

  • ¿Petán? ¿El director?
  • ¡¿BELTRÁN?!, sí es ese de ahí.

Desde entonces, todos somos Petán.

Cuatro meses después:

Pocas veces un equipo de rodaje le hace una putada a alguien sin querer. Aquella noche los astros se confabularon contra Manolo.

Estábamos en la azotea del piso 18 de la plaza de los cubos. Eva Cosials, tenía un apartamento en el piso 17 que nos sirvió de base de operaciones. El efecto era bastante complicado: Carlos (Adolfo Fernández) había estado persiguiendo a unos malos, traficantes de droga y atracadores de restaurantes. A la persecución se había sumado un helicóptero que recibe un par de disparos en el rotor y se estrella contra una azotea. Rodamos en dos azoteas distintas, una la azotea del Bellas Artes, donde subimos con una grúa una maqueta a escala real de un helicóptero y otra, la de la plaza de los cubos, donde se encontraba el contra plano y los subjetivos desde el suelo.

El helicóptero, después de megahostiarse, se queda en un equilibrio inestable al borde de la azotea. Carlos, atado a una manguera se sube al helicóptero para salvar a su compañero Goyo que ha quedado inconsciente. Cuando consigue cogerle por los sobacos el helicóptero se desploma con Carlos dentro. Pero gracias a la manguera Carlos se salva mientras ase con fuerza sobrehumana a Goyo por la cintura.

Lo que teníamos que rodar era a Adolfo Fernández colgado de una manguera a 18 pisos de altura mientras sostenía a un especialista que hacía de Goyo.

El equipo de especialistas y efectos especiales fue, una vez más, un puto desastre. Se presentó escaso de material y lo que es peor sin haber resuelto como se subía de nuevo a Adolfo una vez que le habíamos descolgado.

La jefa de especialistas se coloca todo el aparataje de arneses y seguros, cables de acero ocultos y lo que quieras pero 17 pisos son muchos. El doble especialista de Goyo (el desmayado) hace lo mismo. Se sienta al borde de la azotea el doble especialista, y a horcajadas y a su espalda La jefa. Se atan y se aseguran. Van a hacer una prueba de “vuelo” de 1 metro para ver como aguanta todo y comprobar que al caer no se golpean contra los cristales del edificio.  El efecto definitivo lo tenía que hacer el propio actor pues yo quería su cara real en cuadro cuando todo sucedía.

  • No me sueltes Marina, por favor no me sueltes – Empezó a musitar el especialista que esta unido por un mosquetón en su espalda al pecho de marina.
  • No te preocupes, que no te puedo soltar –

Y de pronto el desastre. El especialista empieza a llorar de miedo al ver 50 metros de caída ante sus ojos. Marina a darle collejas en la cabeza para que deje de llorar y Adolfo acercándose a la situación. Si Adolfo llega a ver al especialista llorando, jamás se hubiera atrevido a colgarse. 

Marina le da un empujón al “miedica” que en realidad era consciente de que una vez sobre la fachada no iba a ser fácil izarles de nuevo y que no había cuerda suficiente como para bajarles hasta el suelo. Adolfo que atisba la situación y me lo llevo a tomar un bocata.

Con el esfuerzo de todos suben a los dos y preparamos todo para que sea realizado por Adolfo, después de que Marina jure y perjure que no va a haber ningún problema y que ya han resuelto cómo subirles (una vez más era mentira).

Los ateos empezamos a rezar y para tentar más al diablo le pido a Marina que el vuelo sobre la fachada sea un poco mayor, de metro y medio, que con un metro es poco. Como de ese modo  no se había probado llegamos a una solución de compromiso, en vez de soltarse desde arriba del todo, en la azotea, se pondrían todo el aparataje de seguridad en el apartamento del piso 17, y se colgarían desde allí, luego les subiríamos con la polea ese metro y medio y les volveríamos a soltar, evitando así que tuvieran que saltar y sólo fuera soltar cuerda.

Cuatro cámaras preparadas, 150 ángeles de la guarda trabajando a destajo y ¡¡¡Acción!!!. 

En vez de bajar metro y medio, Rojo, el responsable de la seguridad, suelta 3 metros de cuerda, y Adolfo baja mucho más de la cuenta, con el correspondiente tirón de riñones. Los cámaras hacen su labor y re-encuadran a una zona menos iluminada y todos aguantamos la respiración. Pero Adolfo siguió interpretando y Marina (que ahora hacía de Goyo desmayado) sigue desmayada. Seguimos rodando, y yo no pido “corten”. Adolfo, en su papel, empieza a gritar: Goyo, compañero, aguanta!, Subidnos, vamos, subidnos!!! 

Pausa

Cojones subidnos!!!!

Y cinco tiarrones como castillos empiezan a tirar de la manguera (que llevaba por dentro un cable de acero de seguridad y una cuerda de seguridad). Cuando digo tiarrones no exagero una cala: Alberto Maquillaje 120 Kilos, Juancar Eléctrico 1,87 de puro músculo, Manolo Producción una mala bestia de Getafe, etc. 

Como Carlos no paraba de gritar y siguen a la misma altura empiezo a gritar por el walkie que lo suban, pero nada. Por fin grito “corten”.

El sistema de izado se había atrancado y la manguera se pilla con el borde de la polea.

Tres minutos después de esfuerzos gritos y sudores a dos grados bajo cero dan como resultado tres exiguos centímetros de subida, y Adolfo colgaba de la plaza de los cubos a mitad de altura entre los pisos 15 y 16.

Y ahora es donde se le hace la putada a Manolo.

En mitad de aquél caos alguien (creo que fui yo) pide por los walkies de dirección.

 – Que alguien vaya llamando a las puertas de los apartamentos del piso 14 15 y 16 para pedir permiso y nos dejen recuperarles por la ventana de su casa.

Y como siempre allí estaba Manolo, sin esperar al ascensor subió volando hasta la planta 14 y empezó a llamar a la puerta de desconocidos, que a su vez desconocían que se estuviera rodando una película en la fachada de su edificio y a la altura de sus ventanas.

– ¿Perdone, por favor, estamos rodando una película y justo en su ventana se encuentra nuestro actor, nos permite pasar para intentar salvarlo?

La gente le miraba igual que a un loco asesino sudoroso que busca sangre en una noche de luna llena. Manolo llamaba desesperadamente a las puertas de casas oficinas, etc intentando salvar a su actor colgado.

A la azotea llegaron más eléctricos mostrencos, y cuando fueron 15 consiguieron subir a Adolfo y Marina hasta la ventana del 17 donde les rescataron y les pusieron a salvo.

Media hora después estábamos preparando un plano recurso y las comunicaciones por walkie se reactivaron. Nadie recordó que Manolo seguía llamando a las puertas y ya iba por la planta 10, después de explicar su absurda historia a incrédulos habitantes de edificio. 

Por primera única y merecida vez oímos por walkie: …”Sois unos cabrones coño! Ya podías haber avisado que todo estaba resuelto”…

Cuando apareció de nuevo por el set se disculpó con él  hasta el tato, no por trabajar media hora en balde, eso lo hacemos todos todos los días, sino porque éramos conscientes del mal rato que le habíamos hecho pasar. Cada señora que no abría la puerta era un fotograma más pasando por su cabeza con una nueva imagen escabrosa de Adolfo Fernández  espanzurrándose sobre el suelo de la plaza.

Tiempo después fundó Solaris producciones, y hoy es máximo responsable de las áreas de cine y video en Metrópolis. 

Gracias Manolo, por todo.

MI MOMENTO DE GLORIA

Muchos alumnos me preguntan si eso de trabajar en televisión o en el cine, no es algo absolutamente inalcanzable, cuando no una utopía. Mi respuesta es siempre la misma; “NO”, un nó basado en la propia razón empírica que soy yo mismo.

¿Cómo puede llegar alguien a Madrid, y en tres meses cumplir el sueño de formar parte de un equipo de rodaje? La respuesta a esta pregunta tan compleja es bien fácil: Queriendo. Poniendo el suficiente interés en aprender y llevando la humildad por sombrero, con una pequeña dosis de suerte todo lo que puede parecer inalcanzable resulta tremendamente fácil de conseguir.

Pero comencemos por mis inicios en Madrid. Madrid capital, sede cultural, centro neurálgico y de operaciones para cualquier persona que quiera estar cerca de la farándula cinematográfica. 

Del metro de Gran Vía sale un chico tímido, asustado y acojonado, que acaba de romper con toda su vida anterior, con la firme determinación y convencimiento de querer y poder trabajar en eso del cine. Aunque parezca increíble, después de nueve horas de tren y varias vueltas en metro, sin saber como coño salir de él, lo primero que hice fue ir a Metrópolis C.E. ¿Por qué Metrópolis? Bien, hago un inciso para explicaros el por qué me decidí por esta escuela como base de operaciones y no escogí otra academia. 

Primero, porque era la que presentaba las mejor opción económica para la situación en la que estaba, y segundo, porque al hablar telefónicamente con la academia para sondear que es lo que me ofrecían, quedé embelesado por las palabras de una de las personas más generosas que he conocido en mi vida, Clara Cosials. Se podrían resumir las razones como: “¡joder! Que buen rollo transmite todo esto”, y no tardé en descubrir que estaba en lo cierto.

Con cara de pardillo y de paleto en plan “que hago yo aquí”, y sobre todo,  esa expresión triste que siempre me acompaña, me presenté en la secretaría de Metrópolis y entré en contacto con quienes se convertirían en muy buenas amigas, Pilar y Clara. Y allí mismo me di cuenta de que caía bien, había química. 

Es muy probable que durante los primeros meses de clases, diera tanto la lata que seguro que habré sido uno de los alumnos más pesados que han pasado por la academia. Estaba  horas allí dentro, mirando, esperando, hablando, haciendo acto de presencia en lo que ya consideraba mi centro de maniobras. Tanto debí de dar el coñazo, eso sí, amablemente, que un día, estando allí, llamaron de Globomedia porque necesitaban un meritorio de dirección, para que al día siguiente echara una mano en el rodaje de “Compañeros”. No me lo pensé, mejor dicho, no se lo pensaron y me ofrecieron ir. Por supuesto dije que sí. No me di cuenta, o quizás no me importaba lo más mínimo, que después del rodaje tuviese que ir a trabajar hasta las cuatro de la mañana. Daba igual, se trataba de empezar a cumplir mi sueño.

Ahora desde la distancia, me doy cuenta que ese primer día de rodaje, fue para mí el más importante de todos en los que he estado y probablemente esté. ¡Dios!, aprendí más en ese día, que en  todos los cursos en los que he estado, y ni que  decir tiene que mucho más que con todos los libros que me había leído hasta entonces. 

El día fue durísimo, uno de esos exteriores infernales con mogollón de actores, con mogollón de figuración y, como no, con mogollón de gente dando el coñazo. Rodábamos en el Retiro para “facilitarnos las cosas” y durante casi todo el día, mi cometido fue el de acompañar a los actores de maquillaje al rodaje y del rodaje a maquillaje. Llegué a tener complejo de quitamoscas, ya que un día de rodaje de “Compañeros” en exteriores, incluía un número indefinido pero extenso de fans, siempre dispuestos a secuestrar literalmente a los actores y sobre todo hacerte la vida imposible  a ti y al resto del equipo de dirección.

Pasé el día aprendiendo y fundamentalmente cumpliendo órdenes del ayudante de dirección, era la primera vez que veía uno de verdad, y con el tiempo e incluso ahora, no tengo duda de que es uno de los mejores que veré en mi vida, Paloma Martín, hoy directora en televisión. Durante ese día, mi trabajo se iba encaminando poco a poco hacia una recompensa. Al final de la jornada infernal, tuvimos que grabar un plano de unos arbustos que se movían dando la impresión de que alguien vigilaba a los dos personajes. Evidentemente, para grabar ese plano solo hacían falta un cámara, un ayudante de dirección y un voluntario que moviese los arbustos, y allí estaba yo, tremendamente ilusionado llevando a cabo el “creativo cometido” de ese plano. A la orden de acción yo movería los arbustos de forma sutil pero dando la impresión de que había un presencia acechando la situación. 

Acabó el día, y me fui a casa apenas con tiempo para coger la ropa e irme al curro. Al día siguiente  llamé a mi hermano  para que no se perdiera el capítulo de la siguiente semana y, sobre todo,  para que viera la secuencia en cuestión. Además le pedí que lo grabara y me lo enviara. Cuando lo vi, la satisfacción  fue indescriptible y sentí realmente una realización personal inmensa.

Mas allá de “mi momento de gloria”, aprendí una de las cuestiones más importantes del cine, la televisión, y de los rodajes en general. Se podría decir, y además es una de las cosas más difíciles de transmitir a los alumnos, que hasta el trabajo más insignificante de un rodaje forma parte de un engranaje tan complejo, que basta con que uno de sus miembros  no se lo tome en serio, para que todo el mecanismo de relojería falle.

Gracias Guillermo por ser tan buen relojero.

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