Ambos nacieron prácticamente al mismo tiempo, a finales del siglo XIX. Fueron producto de la civilización industrial contemporánea. Con el surgimiento de la figura del trabajador moderno, con sueldo y horario estipulados, éste demandaba ocio, entretenimiento y evasión de la dura realidad.
El teatro, entonces prohibitivo para el gran público por sus elevados precios, no era asequible para un «simple trabajador». Además, difícilmente podía identificarse con los argumentos, casi siempre «elitistas»curso de comic , de las obras entonces en cartel, que casi siempre iban dirigidas a un público más culto, de clase media y alta.

Surgió el «gran invento popular» del cine, accesible y con argumentos siempre comprensibles para todos los espectadores. Incluso los analfabetos, entonces más de la mitad de la población, podían entender aquel cine mudo, con toda su gama de lenguaje mímico y gestual.
Y también nació el cómic, en principio como complemento de los periódicos. También hubo comics sin diálogos, que pudieran entender los poco ilustrados.
Tras unos años en separada convivencia, sucedió que el éxito inesperado de algunos personajes de cómic llamó la atención de los siempre ávidos productores y directores cinematográficos.

En principio, dado lo fantástico de los argumentos de estos «tebeos» y las limitaciones técnicas del medio cinematográfico en aquellos días, se pensó en el dibujo animado como única solución para llevar a la pantalla semejantes historias. Tal fue el caso de Superman, el primer superhéroe de la historia (1938).
Fue tal el éxito de este comic, que sólo tres años después se realizaron las primeras películas animadas. Se realizaron varios cortometrajes para el cine.

curso de dibujoPero faltaba el «salto mayor», llevar los comics a la gran pantalla con personajes reales. Hubo varios intentos, algo patéticos, con personajes como el Capitán América, Hulk o Batman. De este último se realizo una serie televisiva con un sorprendentemente poco fornido Batman que incluso lucía «tripita cervecera» y efectos especiales incluyendo onomatopeyas dibujadas en pantalla en los momentos de «acción».

Hubo que esperar algo más para hacer una película «digna» con personajes reales que tuviera como protagonista a alguien salido de las viñetas. En 1978 se estrenó la también supertaquillera Supermán, con Christopher Reeve encarnando al «forzudo volador».

Aquello supuso el descubrimiento de la gallina de los huevos de oro. Desde entonces Hollywood no ha parado de llevar al cine personajes de cómic, sobre todo de superhéroes. Dick Tracy, Batman, Hulk, Spiderman, Los 4 fantásticos, Iron Man, Thor, etc, etc, etc…

En los últimos años diríase que el mundo del cine norteamericano, algo agotado de nuevas ideas, recurre al cómic como curso de cineúnica fórmula para atraer a las salas al publico infantil y adolescente. Y cuando se les acaben los personajes de cómic famosos, siempre quedará el recurso a segundas, terceras, cuartas partes o al enfrentarlos entre ellos, juntarlos, modificarlos, o permítaseme la broma, cambiarles de sexo. Sin problema.

No es precisamente el «purismo» o respeto al argumento original lo que impera allende los mares.

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