Aunque en realidad cumplimos 31, pero sonaba mejor hacer una Fiesta por los 30, jejeje.

(NOTA: el vídeo resumen y el mannequin challenge al final del post)

Fueron unas horas entrañables y alegres que empezaron  con el pregón de Jorge Cremades y Kevin Fernández, que pusieron un punto de humor y actualidad. Las Hinds realizaron un concierto acústico (Carlotta Cosials, líder del grupo junto a Ana Perote,  también es ex-alumna Metrópolis c.e.) El grupo Rocky horror Madrid Show puso una nota de transgresión desde el comienzo de la fiesta hasta el final.

Se dio la circunstancia de que durante el concierto Hinds nos comunicó haber recibido el European Breaking Borders Awards 2017, al tiempo que recibían el Premio GUSTAVITO ILUSIóN y ESFUERZO.

Muchos de los invitados se fotografiaron con el Premio Gustavito que la escuela entrega a los alumnos de Cine e Interpretación, deseándoles otros 30 años de permanencia en el panorama audiovisual.

Patrocinados por Jameson Notodo Film Festival, La competencia, y Obbralia, la celebración fue un éxito, donde la música de los 80 impregnó de aquél espíritu “rompedor” invitando a seguir rompiendo moldes.

Clara Cosials, directora de la escuela,  dio la bienvenida a los invitados con unas palabras emocionadas de agradecimiento uniendo el comienzo de la escuela al espíritu de Berlín de los 80, donde se gestó Metrópolis.

Os dejo con un extracto de «Todos fuimos Pardillos«, relato que habla de los comienzos de la Escuela:

Los comienzos siempre fueron mágicos

1985. Sala de reuniones de Johnson Wax. El Jefe de Fábrica, el Director de Exportaciones, la Directora de Control de Calidad, la Directora de Investigación y Desarrollo, mi jefe, Pastrana, y yo.

– He pensado en teñirme el pelo de rubio – El ambiente se heló. Las sonrisas iban desde el desprecio más absoluto hasta incluso un.. ¿y qué?

Pero alguien pensó que aquello era demasiado, que había que darle un escarmiento al niñato ingeniero.

– Le ofrecemos una indemnización y que se vaya – argumentaron en cuanto cerré la puerta. Y así fue me ofrecieron 800.000 Pts. y me fui.

Me fui a un pequeño piso interior para llamar a mi novia: Clara.
Cogimos un papel y diseñamos qué negocio podíamos poner para estar más tiempo juntos. Desechamos un taller de motos, un “siestario”, un lugar de ensaladas vegetarianas y nos decidimos por algo mucho más estresante: Una academia de la movida, de la que nos considerábamos hijos adoptivos.

Clara iba para azafata de vuelo y necesitaba perfeccionar el Alemán. Así que se fue a Berlín como au pair. Cogí una mochila gigante, un tren lentísimo y un paquete de 100 folios y me presenté en Victoria Louise Platz. Vivimos unos días maravillosos planificando el temario y contenido de los cursos de nuestra academia, todavía sin nombre, al tiempo que nuestro pelo pasaba del amarillo al gris, al rojo, con trenzas, con rastas, casi sin pelo…

Debió ser el tremendo frío berlinés porque si no, no me explico cómo es posible que pensáramos que una academia que ofrecía Mecánica de la moto, Ilusionismo, Técnicas de estudio, Cine, Vídeo, Dibujos animados, Cómic, Teatro y Técnicas de búsqueda de Empleo podía tener la mas mínima oportunidad de sobrevivir.

Éramos extremadamente austeros. Nuestro mayor gasto consistía en una tragaperras llamada “Out of run” en la que cada día jugaba dos o tres partidas. Comíamos yogures en los “Aldi Market” y la ropa siempre de segunda mano, eso sí, muy a la moda.
Pero también éramos muy eficaces y pudimos desarrollar y ensayar el contenido de cada una de las clases de cada uno de los pintorescos cursos que diseñamos.

Poco antes de la caída del muro se acabaron los días en Berlín y un ligero perfume a revolución impregnó mi ropa para siempre.

Volvimos a Madrid y nos perdimos en un laberinto legal no apto para cardíacos. De la Comunidad de Madrid al servicio de ayuda para jóvenes, y luego al Ministerio de Cultura donde nos enviaban a “jóvenes empresarios”, para volver a la Comunidad. Allí faltaba la póliza octogonal -¡Oh no! La octogonal no, por favor!. A empezar de nuevo.

Pero todo aquello necesitaba de un local. Veíamos tres por la mañana y dos por la tarde. Necesitábamos unos 200m y podíamos pagar unas 100.000 Pts y como es natural los encontrábamos de 100m por 200.000. Pero un día leímos en el Segunda Mano:
¿Buscas local?. Encuentro lo que necesitas.

El ángel.

Soy ateo desde los 13 años así que los ángeles son, para mí, seres “mitológicos. Excepto el caso del Sr. Fernández, que sin duda era un ángel.
Nos citó en Gran vía 33.
Feo como un demonio, los zapatos rotos, corbata con manchas indescriptibles, pelo sucio y aspecto desastrado. Dio un pequeño golpe de talón

– Sr. Fernández, para servirle a usted y a usted. – Nos dijo con un soniquete sincero.
Clara, mucho mas comprensiva con el género humano que yo, le permitió hablar durante unos minutos durante los cuales nos hizo un resumen de todos los locales que ya habíamos visitado.
– Ya, pero esos… no nos valen. ¿No tendrá alguno mas? – preguntó Clara.

Yo no hacía más que ponerle caras a mi chica para irnos de allí cuanto antes, cuando el Sr. Fernández agregó:

– Bueno, tengo uno que no creo que les vaya a interesar, 250 metros cuadrados en el centro por 80.000 Pts. al mes – Nos dijo con voz poco convencida.

La Gran Vía enmudeció. Los autobuses pasaban a nuestro lado a cámara lenta y las palomas se detuvieron en el aire como si fueran fotos recortadas contra un cielo de cartón piedra.
– Se ha debido de equivocar usted, señor Fernández – dijo Clara haciendo que todo volviera a velocidad normal.
– No, no me equivoco, es aquí mismo en la segunda planta de Gran vía, 33, el portero se llama Guillermo, es muy amigo mío – afirmó el Sr. Fernández con una sonrisa que en ese momento se me antojó diabólica.

Como no había nada que perder entramos en el portal, y Guillermo, el portero andaluz cerrao onde los haiga, nos dijo que llevaba meses sin alquilar. En un descuido del ángel pregunté por el precio de alquiler y el portero dijo que no lo sabía.
– ¿Puede ser 80.000? – pregunté esperando que se carcajeara y poder irnos a comer.
– No creo que sea tanto – Afirmó.

El local era una preciosidad y perfecto para nuestras pretensiones. Recuerdo los ojos de Clara brillando con luz propia y el estruendo que hacía mi corazón – ¿Y si es verdad? No puede ser, tiene que haber truco.

Pero no, no lo había, todo era verdad así que en ese mismo momento dijimos: “Nos lo quedamos”
– Ya, pero yo no zé zi el dueño va a queré que ze ponga aquí una ezcuela de éza. – dijo el portero haciendo añicos nuestras esperanzas de futuro.

El caso es que el dueño no quería alquilar el local para que se instalara en él una academia, así que…. nuestro gozo en un pozo.

Llamamos al Señor Fernández, que cogió el teléfono a la primera. Esto, hoy en día, no parece tener ningún mérito, pero en 1985 ni siquiera se había inventado el móvil. En aquella época, o estabas en la oficina o en la calle (o en tu casa, quiero decir que no se podía estar en varios sitios a la vez) y localizar a alguien que normalmente estaba en la calle era un milagro.
– Necesitamos que encuentre otro local como el de ayer, no nos dejan poner allí una academia – le lloriqueé al señor Fernández.

El se ofreció a mediar, a hablar con el dueño, el administrador o con quien hiciera falta. Al principio no queríamos que lo hiciera. Sinceramente, repásese el aspecto descrito hace unos párrafos del señor Fernández. Si los mismos dueños tenían otro local al mismo precio, o similar, en otro sitio donde sí que nos podrían dejar poner una academia, la intervención del “alado” podría poner en peligro el susodicho futurible.
Pero, oye, le dijimos que sí, que lo intentara él.

No sabemos que argumentos usó, ni siquiera los podemos imaginar, pero una semana después estábamos firmando el contrato por tres años. A la salida de la firma nos despedimos del señor
Fernández, creyendo que todo había sido parte de un montaje. Que el portero no era portero, que los que habían cogido la pasta no eran los administradores, y que el cerebro era el señor Fernández. Pero menuda sorpresa cuando comprobamos que la llave que nos habían entregado abría la puerta, y que el portero seguía allí.

Empezamos a pintar, a comprar sillas, a tirar tabiques, construir grandes cubetas para fotografía y pocas semanas después dimos nuestros primeros cursos.

Quisimos llamar de nuevo al Sr. Fernández, pero ya “nunca nadie jamás” cogió el teléfono de su oficina. Ni volvió a salir un anuncio en el segunda mano, y aunque parezca increíble, Guillermo, el portero, no recordaba que hubiéramos ido con nadie a visitar el local, y menos recordaba a alguien con los zapatos rotos, la corbata sucia….. Pero es que tampoco lo recordaba el administrador de la finca, ni el abogado, ni el dueño.
Así que, sin lugar a dudas, el Sr. Fernández fue un Ángel.

Gracias señor Fernández por enseñarnos que también los ateos merecemos la atención de los ángeles.


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