Hace unos días, los alumnos/as de segundo de interpretación llevaron a cabo uno de los ejercicios clásicos de Metrópolis: el teatro de calle.
El ejercicio se trata de elegir un personaje, vestirte como ese personaje y salir a la calle actuando, pensando y sintiendo como ese personaje. Después de la experiencia que supone para los chicos/as, hay dos alumnas que han querido dejar sus reflexiones acerca del ejercicio. Son muy interesantes y de verdad que merece la pena leerlas:
REFLEXIÓN ALICIA
En pleno siglo XXI, todo aquello que se sale de los cánones sociales preestablecidos se considera “diferente”. Todo lo que la sociedad no llega a entender es juzgado con una palabra, con una acción tan pequeña como una mirada o un simple sonido. Nacemos y crecemos rodeados de diferentes circunstancias que el día de mañana nos harán ser nosotros mismos. No nos damos cuenta, pero ya es bastante difícil descubrir quién es uno mismo como para añadirle encima la presión de tener que encajar en esta sociedad.
Todos tenemos sueños y aspiraciones desde pequeños, pero hay momentos en la vida en los que empezamos a preocuparnos sobre lo que los demás piensan de nosotros, y empezamos a vernos a nosotros mismos a través de sus ojos. Cuando menos nos damos cuenta dejamos de soñar para intentar ajustarnos a los moldes que otras personas han creado. Esto hace que muchas veces nos veamos obligados a callar nuestra propia voz para escuchar las voces de los demás, perdiendo en muchos casos nuestra identidad real.
Siempre he sabido que la interpretación nos da la oportunidad de vivir y conocer historias que probablemente en nuestra vida normal no nos van a tocar vivir nunca. Dar vida a un personaje que por norma general se etiqueta como “diferente” nos obliga a ser conscientes, aunque sea durante un breve momento; de las barreras que son necesarias romper para acabar con los prototipos que se han establecido como “correctos”.
Puede resultar difícil de entender o creer, pero, aunque estamos en la generación “open mind”; dar vida a Carlota durante 45 minutos me ha hecho entender que aún queda un largo camino que recorrer para que todo el mundo pueda ser uno mismo sin ser juzgado. Muchos piensan que actuar es disfrazarse y soltar un texto previamente escrito, pero lo que no saben es que detrás de todo ello existe esa mítica creación de personaje. Este paso previo, por breve que sea; es estrictamente necesario ya que nos da la oportunidad de investigar el estilo de vida, rutinas, acciones, gestos, personalidades, sentimientos y emociones de personajes alejados de nosotros mismos, entenderlos, respetarlos y defenderlos como si realmente fuésemos nosotros.
Puedo definir el Teatro de calle como un experimento social. Nos da la oportunidad de conocer un poco más nuestra sociedad. Una vez calzadas mis botas negras y mis medias de rejilla sentirme una auténtica persona de estilo gótico se hizo un poco más fácil. Puede sonar extraño, pero la rigidez y el peso de las propias botas hicieron que mi actitud y sentimientos cambiasen. Me sentía segura en cada pisada e incluso mi forma de caminar se modificó a una más dura y segura. Por primera vez en mucho tiempo, en el tramo de la escuela a la calle principal; sentí que no me importaban las miradas, cuchicheos o las persona con las que me cruzaba. Estaba tan decidida a entender y defender a Carlota que mi mente no dudaba en ningún momento ni daba importancia a preguntas comunes como: “¿de qué va? ¿y se creerá que va guapa? ¿eso es estilo? ¿y ésta de dónde ha salido? ¿pero y sus padres la dejan salir así a la calle?”
Hay algo que me ha sorprendido y es que, a pesar de ser un personaje totalmente contrario a mí en estilo, hubo momentos en los que ser Carlota me hizo sentir más fuerte que ser la propia Alicia. Reconozco que el momento en el que nos comentaste el ejercicio, quise morirme. “¿Yo? ¿Cómo voy a salir a la calle haciendo un personaje? ¿Para que la gente me juzgue? Sí, ya, es teatro, pero si fuese encima de un escenario vale, pero así…no, no, no.” Estaba decidida a no hacerlo y ese día no aparecer por clase, sin embargo, hablando con los compañeros surgían miles de ideas alocadas y divertidas. En ese momento supe que tenía que formar parte de la breve experiencia para poder compartirlo con el resto. Además, dando vueltas en casa entendí que es un ejercicio para romper barreras con uno mismo y que me daba la oportunidad de experimentar y crecer un poquito más como actriz. Me di cuenta de mis cambios y evolución en este ejercicio ya que si me lo hubieses pedido hace un año te hubiese dicho, y perdón por la expresión Clara; – ¡Una mierda!
Caminar como Carlota fue curioso a la vez que sorprendente. Se supone o nos quieren hacer ver que las generaciones actuales somos más tolerantes y damos menos importancia a lo que cada uno hace con su vida, pero ver como adolescentes o chicas jóvenes me miraban de arriba abajo y sonreían de forma burlona o cuchicheaban entre ellas hace más que evidente que lo “diferente” sigue siendo juzgado independientemente de la edad. Es cierto que fue un número reducido de personas las que reaccionaron así, ya que muchos otros solamente miraban y pasaban de mí o se sorprendían en cierta manera por el tipo de atuendo. Me sorprendió gratamente que personas mayores, que se supone que no están acostumbrados o les queda más lejos el entender muchos estilos actuales no reaccionaron de forma exagerada, no hicieron preguntas, no se quedaban mirando fijamente, no miraban dos veces para comprobar que era correcto lo que veían, simplemente seguían su camino.
Existe la posibilidad de que no encontrase un gran número de gente “acusadora” por la actitud de seguridad que me aportaba el personaje y que por ello yo misma pasase de la propia gente y de todo lo que la rodeaba. Simplemente estaba tan centrada en ser Carlota que me gustó la sensación de aparatar a Alicia en este ejercicio porque sabía que en ese preciso momento no estaban viendo a Alicia, y que volvería a ser yo en pocos minutos haciendo que Carlota fuese solamente una experiencia más. Por defecto, las personas estamos acostumbradas a mirar y juzgar sin conocer la historia que hay detrás de cada persona. Vivimos en un mundo donde todos los musulmanes son terroristas, donde todos los ricos son arrogantes, donde todos los pobres lo son porque han llevado una mala vida, donde ser una persona de estilo gótico implica tener gustos raros y oscuros, donde si no compartes el estilo musical del momento eres más raro de lo normal, y como estos miles de ejemplos que si no hay algo (como este ejercicio) que te haga parar y ver desde fuera no nos damos cuenta de lo que implica para la persona de la que estás hablando o mirando.
Desde que he llegado a Madrid he sentido, y se ha reforzado tras el teatro de calle; las diferencias entre vivir en un pueblo y una gran ciudad. Es raro, pero yo que siempre he vivido en un pueblo tengo la sensación de que nos quedamos encerrados en ciertos límites porque no estamos acostumbrados a convivir con ciertos estilos de vida y uno se sorprende cuando se da cuenta de que en la ciudad no existen cotilleos permanentes o de que no toda la ciudad se entera de tu vida y se creen con el derecho a opinar y juzgar como suele pasar en pueblos.
Realizar el teatro de calle, que te hacen salir fuera, mezclarte con el resto teniendo que ser consciente realmente de las personas ha sido una experiencia positiva ya que personalmente me ha ayudado a romper barreras, nervios y manejar algunos miedos siendo capaz de defender y presentar un personaje sin miedo a que juzguen a la persona que le está dando vida. He sido capaz de dejar que no vean a Alicia y no tomarme nada como algo personal sino como un ejercicio que me ayuda a conocer un poquito más sobre mi yo actriz y sabiendo que poco a poco puedo seguir rompiendo muchas más barreras para avanzar.
Por último, y como comenté un poco más arriba; dar vida a diferentes personajes nos hace tener una mente más abierta y ser capaces de saber que no importa quién eres, de dónde seas, tu color de piel o tu identidad de género; todos tenemos el derecho de expresar nuestra identidad y el derecho de encontrar nuestra propia voz para expresarlo.
REFLEXIÓN MÓNICA
Desde el primer momento que me he vestido, que me he puesto el velo me ha colocado en otro sitio.
Desde el principio que hemos empezado a andar por la clase, me fui metiendo en un estado de ánimo, de la misma forma que en la historia de mi personaje. En ella Shama (que es como la he nombrado), estaba enamorada del hermano mayor de una de sus amigas (Hanna) llamado Javi; (hasta conseguí crearlos en mi mente). Es una historia de amor, una historia de amor mutua, donde los dos están enamorados tanto, que Javi le pidió salir, el problema es que no es musulmán, y dado que su familia es muy creyente nunca aceptaran esa unión. Shama es una joven muy segura y tiene decidido lo que quiere, pero cuando se trata de Javi, todo su mundo se desmorona. Es una amante de las normas y nunca se las salta, así que para su juicio tampoco puede aceptar, y sobre todo (dado por las doctrinas de su religión) no puede hacer todo lo que haría una chica de su edad. Tampoco quiere incitar a que su ser amado se convierta al Islam, y mucho menos quiere cortarle las alas, ya que con ella no podrá hacer lo mismo que con las demás chicas de su edad, el problema es que realmente lo ama.
Ese ha sido el sentimiento con el que he salido a la calle, con emociones como el miedo, la deshonra, una lucha entre el corazón y la razón. Cuando llegue al sitio acordado, ya era Shama y Mónica había desaparecido. Recuerdo andar sin un rumbo claro, simplemente había salido para despejarme y pensar sobre lo que iba hacer al respecto… Mientras caminaba, al principio, no me importaba nada más que intentar relajarme y pensar con la mayor claridad posible. Estaba bastante agobiada, no me importaba la gente, me daba igual. La sensación era como el de estar pasando por un túnel, como los de la M30, oscuro, donde todo va a cámara lenta, un sitio donde el tiempo se para y lo único que funciona es tu celebro, los pensamientos, las imágenes… Esto duró poco, hasta que me di cuenta que tenía que llamar a mi padre ya que me había ido de casa sin decir nada concreto y estaría preocupado. Cuando le llamé me preguntó dónde estaba, con quién iba, por qué no estaba en la tienda, y mil cosas más. Mi sensación en este momento era de agobio, me sentía que era de porcelana, como si no pudiera hacer nada por mí misma, y como si necesitara de su ayuda siempre. Le dije que estaba de camino a casa de Hanna y me dijo que no podía que tenía que estar en la tienda. Le dije que le ayudara mi hermano (ya que el chico hace bien poco). Recuerdo que me preguntó que si me pasaba algo, claramente le dije que todo iba bien, aunque en el fondo de mi corazón deseaba contarle todo para que esto terminara.
Después de esto, fui mucho más consciente de la gente, pero mi agobio por no ser capaz de tomar una decisión seguía ahí. Me fije que la gente me miraba, aunque una parte ni se fijaba, y eso es algo que me aliviaba. Pero sí que había gente que lo hacía, yo los clasificaría en dos grupos: Los primeros, aquellas personas que miran sin más. Son aquellos ciudadanos que posan los ojos en ti y piensan “lleva velo”, como si pensaran “lleva unas zapatillas de adidas”, algo aceptable y común; pero después estaban los del segundo grupo, su mirada tenía mucho más significado, algo como “que chica más mona, que pena que lleve velo” u otras personas (sobre todo de 60, 70 años o más), que me miraban de una forma bastante despectiva.
Yo todavía con mi angustia e indecisión, mandé varios audios a una de mis mejores amigas, Eli (que también iba a ir a casa de Hanna a estudiar ya que es del grupo). Me metí tanto en el papel (esto fue cuando estaba sentada en el parque), que me emocione y lloré de la rabia. La verdad es que fue genial, ya que note su frustración, su rabia, su tristeza, su decepción, y me pareció muy bonito, aunque es cierto que lo pase bastante mal.
Cuando casi era la hora de volver, no pude evitar entrar en una tienda, quería sentir como era pedir algo siendo quien era. Pedí un cruasán, recuerdo que había dos señoras pidiendo que me miraron de hito en hito, eso tensó el ambiente bastante. Cuando llegué a la barra, pedí. Me di cuenta de que mi forma de pedir fue totalmente diferente a como lo haría en otras circunstancias. Me di cuenta de que la chica que me atendió se puso hablar con otra compañera, ésta la contesto algo y luego se rieron. No sé, me sentí rara. Puede que yo no fuera el centro de ese comentario, pero sí que lo note que fue un poco así. Posiblemente tampoco ayudo mi energía, que estaba por los suelos y la tensión del ambiente.
Cuando me dispuse a comer ya en la calle, me di cuenta de que por mis emociones, empecé a comer de una forma rápida, enérgica, también lo partí a trocitos algo que yo no haría (a no ser que me lo estuviera comiendo con una bebida, para poder mojarlo, pero no era el caso).
La gente joven no me miraba mal, y si me miraba era porque se habían fijado en algo que destacaba, mi rostro, mis ropajes, pero sin ninguna mala intención. También me fije que por la zona la única persona que llevaba pañuelo era yo, aunque sí que me cruce con dos hombres árabes, y su mirada fue totalmente distinta a los demás. Fue extraño, se callaron al instante y me miraron.
Más tarde, reflexionando todo lo que había pasado, llegue a la conclusión de que todas esas miradas fueron causadas (sobre todo) porque me veían joven y sin duda pienso que tenemos muy mala información sobre la cultura árabe y musulmana. No todo es blanco o negro.